Partamos de la idea de que todo lo que capturan nuestros sentidos es una mentira. Lo que damos por “hecho” es, en realidad, por decirlo de algún modo: verdad a medias. Tenemos la limitante de no poder comprobar todo lo sabemos y afirmar que algo es absoluto. Nadie que presuma ser sincero puede hablar de verdades absolutas.
Es difícil pasar nuestra corta vida en comprobar lo que capturan nuestros sentidos, y determinar, si es cierto o una simple ilusión. Para saber algo absolutamente cierto tendríamos que llegar a la esencia de las cosas. El esfuerzo de llegar a conclusiones es un trabajo histórico que hace en conjunto la humanidad. Las verdades de los que nos colgamos llegan a nosotros por experiencia, costumbre, aprendizaje o experimentación —propia o ajena—.
La comunicación es la principal herramienta para transmitir nuestras conclusiones. De ahí la importancia de saber escuchar. Así podemos reafirmar un conocimiento o desecharlo por falso. Las personas de mente cerrada o intolerantes son incapaces de Asumir esta responsabilidad.
El cabeza dura no acepta la otra perspectiva. Es mayor su hambre de certezas, alimento de la esperanza. Desde que su utilidad se hizo pública, apostamos porque el internet, sería un paso gigante para lograr una mente independiente: crítica y abierta. Pero lo cierto es que terminó por alimentar nuestros miedos. Porque sacrificamos la paciencia y la comprensión por la imposición y la inmediatez.
La ilusión por saber mucho no es algo novedoso. La ignorancia —creer que lo sabemos todo sobre una cosa—, crece al creernos las mentiras que nos contamos. Cuando estas dominan a la mente, imponemos nuestra perspectiva. El nuevo siglo, día con día, encuentra una nueva forma, cada vez más veloz, para propagar las mentiras que validan lo que decidimos creer. En cambio, lo que la historia nos enseña, es que para comprobar algo, tenemos que buscar su contrario. Por eso el debate es hasta ahora nuestra mejor solución; el intercambio y confrontación de ideas.
Pero la información la corrompen los autoproclamados expertos y pseudo académicos. Cualquier persona con un básico conocimiento en edición de imágenes y un protagonista bien articulado, puede hacer pasar información falsa como cierta. Ya que su popularidad es la que valida su portafolio o CV. Y a la vez, esto, valida lo que dice.
Estos “informadores expertos” u “opinólogos” viven de la apatía de las personas que en lugar de cuestionar y confrontar aceptan lo que se les dice. Porque confirman o validan sus propias mentiras o creencias.
Los dramáticos tienen grandes aforismos para descalificar este tipo de consumo de información. Por ejemplo, uno de mis favoritos: “pasamos de la era de información a la de desinformación”. Más allá de la paradoja, utilizan este mensaje, a su vez, para validarse así mismos en busca de popularidad —aplausos y likes—.
El problema no radica en que si lo que se dice se puede comprobar o no. Viene de la decisión del espectador en aceptar lo que escucha como “verdad absoluta” sin cuestionar. Pero, el vicio de la inmediatez, propaga a la ignorancia. Nos urgimos para compartir la opinión del otro sin más filtro que el emocional. Los seres humanos no somos racionales, somos emocionales. En lugar de fortalecer la disciplina de la razón a base de la paciencia, reaccionamos como infantes emocionales.
La maduración llega cuando aceptamos la incertidumbre de la vida. Así nos abrimos para escuchar la otra perspectiva. Sin esta, ¿cómo sabríamos que los que sabemos o defendemos es verdad? Pero esto, que parece tan sencillo, escuchar y refutar, con argumentos, sin señalamientos o descalificaciones, es complicado cuando nos dejamos llevar por el drama moral. Creemos que nuestras certezas son absolutas, porque respetamos como cierto —sin pensar ni analizar— lo que escuchamos de aquellos que consideramos autoridad en el tema. Cuando decimos: “tal cosa es cierta porque lo dijo tal persona”, funcionamos como títeres y no como seres humanos pensantes con opiniones propias.
Leer, escribir y dialogar son las herramientas de un ser pensante. Esto, que antes no necesitaba de más aclaración, ahora se debe de especificar. Leer sin generarse preguntas, escribir sin reflexión y dialogar sin descalificar, son características de un pobre desarrollo mental.
Por eso, también es necesario recordar que, saber mucho es no saber realmente nada del todo.
Las nuevas formas para transmitir la información, sometidas por la prontitud e inmediatez, transforman el drama del debate actual en un melodrama. Al esparcir información sin comprobar o hacer un análisis de esta simplifican todo en binario, malos contra buenos. Los temas y datos se comunican a través de filtros morales según el agente transmisor. Este problema complica nuestra voluntad para llegar a la verdad. Porque no es importante si lo que sabemos es cierto y construido con argumentos sólidos. Lo que importa es lo que creemos y nuestro punto de vista. La verdad y la noticia deberían de portar etiquetas con la información de su caducidad.
Ya no nos preocupamos por recibir información veraz. Al fin y al cabo, con una simple actualización o corrección, se arregla el asunto, mientras existan consumidores ansiosos.
Lo cierto es que no aceptamos la realidad de que, al compartir información que no hemos pensado a fondo y confrontado, la corrompemos. Eso nos convierte en estafadores, hipócritas y mentirosos. Más allá, nos arrebata la oportunidad de identificarnos. Al validar al informador y su punto de vista y al evadir el debate racional, nos volvemos esclavos de las ideas y perspectivas del otro. Porque desconocemos lo que sabemos y nos mentimos para convertirnos en lo similar a aquel que tiene un mejor perfil en el internet.
Atrás debe de quedar la concepción que promueven los medios masivos de comunicación, de que el diálogo y el debate, es una competencia. La motivación de escuchar y compartir perspectiva de otra persona es la de dialogar, no la de convencer, mucho menos de imponer. Lo importante es recordar que las verdades absolutas no existen. Lo que sí, son incrédulos y apáticos que consumen todo tipo de mercancía mediática para llenar ese vacío de saber.
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