Es desconcertante ver la cara de las personas que miran la obra de un artista sin reconocimiento público y crítico. Más allá de permitir que su mente divague y exponga sus sentimientos ante lo inesperado; permitirse descubrir ese mundo que se le muestra. Buscan a su alrededor un cómplice, guía de la reacción intelectual; políticamente correcta. Sobre todo al ver obras que profundizan en un tema con autenticidad, sin caer en la tendencia del entretenimiento barato por medio de una estética banal.
El oficio del artista es exigente. La popular creencia de que el arte se hace al escapar a lugares apartados para seducir a la musa de la creatividad es una verdad a medias. Al único lugar a que tiene acceso el artista —al menos la mayoría—, es a su cabeza. Residencia permanente de la imaginación.
Escapar a un sitio lejano: un bosque solitario, una playa abandonada, se desea. Pero el artista profesional no puede obligarse a trabajar en un espacio en específico, como si este fuera el factor para lograr una obra trascendental. Muy a pesar del lugar en que se encuentre, su perspectiva, vive dentro de su cabeza. Por más tranquilidad que haya en su entorno, su interior vive en tensión a la caza de imágenes abstractas. Y, en lugar de querer escapar del caos, lo busca, lo provoca. Porque ahí viven las ideas.
Las ideas son difíciles de atrapar. Aparecen, si acaso, un momento en el cual el artista, las captura por un instante e intenta obtener lo mejor de ellas. En lugar de buscar entornos paradisiacos, crea rutinas y hábitos. Vive en una mecánica diaria de la cual solamente escapa a través de su oficio.
Están los que llevan rutinas sanas y estrictas. Despiertan, desayunan ligero y bloquean de cuatro a seis horas al día para trabajar. Hay otros que sus hábitos corresponden a extravagancias, como tomar una copa de whiskey antes de comenzar para aletargar su cabeza ruidosa y ansiosa. Otros que se ejercitan o hacen rutinas sexuales, fiestas, desvelos o toman afrodisiacos. Costumbres extrañas para el trabajador que cumple un horario detrás de un escritorio.
Pero por cualquier actividad que se decidan, el fin es el mismo, encontrar la motivación de trabajar día con día en su obra. Porque, aunque su necesidad de expresar sea grande, el fantasma de la frustración, la anticipación de un fracaso, la desesperación de no lograr la idea que capturaron por un segundo, es desgastante. Comprenden que para encontrar la esencia de un concepto se tiene que trabajar en el diario.
El escape que da el oficio se convierte en una necesidad, un vicio del cual, quien lo aprende a disfrutar, no escapa de sus tentáculos. Disfrutarlo es una manera de describir ese masoquismo que es el crear. El artista pasa su vida detrás de ideas que nunca llegan a ser como las imaginó, como las soñó. Cada día es un comienzo que enfrenta lleno de dudas y miedos. Libera guerras feroces contra fuerzas que desean hacerlo desistir en este esfuerzo contraintuitivo. Pero el artista debe de vencer al enemigo, porque ninguna persona está detrás de él exigiendo que cumpla un horario. El registro de entrada y salida vive dentro de él; un reloj interno que ninguna persona nunca audita.
Por supuesto, las deserciones abundan. Aquellos que deciden la aventura del artista con la esperanza de conseguir reconocimiento exterior, riquezas, fama, viven poco. Pasan desapercibidos. La riqueza del artista vive en su interior, y en algunas ocasiones especiales, recibe un pago por su labor.
Muchos tienen que trabajar en las ideas y sueños de quienes no tienen la pasión ni el valor ni el impulso para hacerlo por ellos mismos. Rentan la imaginación y el talento para liberarse de la tortura, de enfrentarse a la silenciosa hoja en blanco, momento a momento.
El pago de la renta depende de la popularidad del artista. Pues, quien paga, desconoce el sufrimiento de la autoexploración. Su vulgar alma lo hace creer que cualquier holgazán puede escribir 5,000 palabras, hacer garabatos con un par de líneas, escribir y musicalizar un soneto en un abrir y cerrar de ojos. Claro que todo se puede hacer, incluso, hay él que lo hace por migajas de pan. Sin embargo, no importa las carretadas de oro que cobré el artista, al final son migajas que le permiten continuar con su obra personal.
Los atajos para lograr éxito existen, no así para la autenticidad. Toda persona que decide por su propia mano explorar diario las turbaciones de su alma merece respeto y admiración. Maravillarse en aquel que intenta materializar sus ideas en conceptos digeribles para un público hambriento de cultura y de identidad. Su obra puede no ser del agrado de todos, o quizá, somos vulgares para no reconocer su valor (espiritual, no capital). La intención del artista siempre es original. Ayudarnos a encontrar, a través de su perspectiva y autenticidad, una cultura a la cual sólo se tiene acceso en el abismo de nuestro inconsciente.
El oficio del artista, a los ojos de las personas mecanizadas que laboran motivados por un cheque quincenal, puede verse como un trabajo de holgazanes. La labor requiere de enfoque y tiempo para la reflexión. Solamente, al aprender a utilizar estas herramientas, es como se aprende a desahogar el discernir interno de conceptos abstractos. Las rutinas y hábitos a las que se amarra el artista funcionan como un escape del espacio y el tiempo lineal que domina a la vida. Porque las ideas llegan cuando se está distraído. Las ideas viven en el inconsciente y se llega a ellas cuando se abandona al ego. Es paradójico, las mejores ideas llegan cuando menos se piensa. Cuando se está en modo de contemplación. De ahí que la mecánica de actividades se para muchos artistas obligación.
Podemos ser simples y decir que para darnos una idea del masoquismo del oficio artístico, intentemos pintar, escribir unas páginas, un poema o crear una tonada. Quizás, lo logremos de un plumazo o es posible desistamos en la lucha. No obstante, debemos ser sinceros en nuestras pesquisas y reconocer que el oficio del artista es demandante, pues, ese esfuerzo que nos obligamos un momento, para el artista, es constante, día a día. Incluso, necesario.
También debemos de reconocer que, al exponer su obra, no generé ningún tipo de satisfacción inmediata en el espectador. Imaginemos hacer un trabajo persistente, de principio a fin, durante seis o doce meses, o más en algunos casos, y al final, dé como resultado un rechazo. Esa es la prueba más difícil de superar del oficio artístico. Crear una conciencia de que no se tiene ningún control sobre los gustos públicos. Por consiguiente, la experiencia, o sea la constancia, le enseña que su labor sirve más para satisfacer una necesidad propia. Esperar que el resto de los mortales comparta sus mismas inquisiciones es un infierno que terminará por hacerlo abdicar.
Muchos artistas nunca llegan a vivir lo suficiente para descubrir lo trascendental de su obra. La mayoría de las obras más significativas del mundo son valoradas mucho tiempo, décadas, siglos, después de su creación. Aun así, para el artista que reconoce que la riqueza de su obra, radica en su interior, no desiste. Trabaja en silencio y en soledad intentando dar sentido a la hoja en blanco frente a él.
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