Quizás las palabras más expresadas de los políticos y de todos los mentirosos. O, en mejores palabras, desean: torcer la realidad; ofrecer una realidad alternativa.
Lo cierto es que quien las dice, no está seguro de nada, son una mentira que oculta su ignorancia sobre el tema.
Nuestra especie gusta perpetuar el mito de que el que no sabe es un inútil, es inocente. Es mejor crear misterios o afirmar cualquier cosa con argumentos sostenidos en suposiciones.
El arte de la deliberación está por morir, a penas respira a causa de la cultura de censura y por la incapacidad para argumentar. En lugar de discutir —que es sano y sirve para llegar a un acuerdo—, optamos por evadir, vivir una mentira.
Al debate se le da la espalda con tal de no originar un conflicto, más aún, cuando se piensa distinto a la masa. Porque vivimos en la cultura de masas. Las ideas del individuo se guardan en un baúl, ¿por qué? Ofreció su privacidad a cambio de populachería. Sabemos que todo es falso cuando la autenticidad de alguien depende de cuanta gente se conozca y aplauda lo que uno dice.
El vagabundo, la bruja y el loco, los portadores de la verdad, ahora se les aísla. Se les esconde con tal de que no nos despierten de la mentira en la que nos gusta vivir.
De esto: estoy seguro.