Los millonarios tecnócratas usan la palabra “progreso” de manera discriminatoria, mientras que el resto de los mortales la usan para defender sus argumentos sobre un mundo mejor.
Hoy en día, consideramos progreso el hecho de que más familias tengan la oportunidad de comer carne al menos una vez a la semana, a pesar de que el excremento de ganado sea uno de los mayores contribuyentes al calentamiento global y de que las reses tengan una mala calidad de vida antes de llegar al matadero.
También consideramos progreso que ya no sea un lujo exclusivo para los millonarios tener un teléfono celular, aunque cada uno de estos aparatos contribuya a los daños irreparables del Congo.
Es progreso que cada año aumente el número de estudiantes de licenciatura, aunque pocos de ellos trabajen en su área de estudio, puedan emprender un negocio respetable, tengan mejores oportunidades que sus padres para alcanzar un nivel económico digno a los 30 años. Y, pocos son los que reconocen los valores del arte.
Llamamos progreso al hecho de que para valorar a un artista o profesionista ya no se tenga en cuenta su trabajo, sino la popularidad de su portafolio.
Quizás deberíamos cambiar el significado de “progreso” y decir lo que en realidad se ha convertido: autodestrucción, en lugar de avances para lograr libertad, equidad y fraternidad.
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