La desconexión de los ciudadanos con el arte nacional lleva muchos años; cada vez más amplía. Mucho se debe a los niveles de la educación en el arte en general de las escuelas y otro tanto, a que la mayor inversión y promoción, está en manos del Estado con una visión centralista.
La producción de arte en México es rica e inmensa, pero la difusión, fuera de las grandes ciudades, es poca.
El Estado utiliza a una élite de artistas, que marca los paradigmas de las obras que se deben de apoyar, y deja a un lado la aplicación de un criterio objetivo y compartido. Somete sus decisiones a la agenda política en turno y en otros casos, a las tendencias que marca como buenas la globalización.
Lo que el Estado apoya y promueve obtiene premios y reconocimientos internacionales; todo esto es insuficiente para crear un interés dentro del país entre las personas que tienen el poder adquisitivo para disfrutar de estas obras.
El artista independiente es el que de alguna forma se acerca más al público. Su vida es corta; por lo general tiene que mendigar o dividir su tiempo en otras actividades lejanas a la creación artística.
Falta difusión e inversión privada que apoye a los artistas independientes, de los barrios, de los pueblos y etnias. De estos que no quieren ser reeducados para hablar el mismo lenguaje de los que saben. No quieren pasar su vida acumulando diplomados, asesorías o juntarse con mentores que les intentan inducir otra cultura distinta a la que les corre por las venas.
El artista necesita apoyo para protestar y expresarse por medio de su trabajo, no en verbenas y entrevistas al micrófono. Necesita producir, así se forma un artista. Existen los que en una escuela se les enseña a expresarse; de esto ya sobra. También están los que se forman a sí mismos, lejos de las tendencias, de las élites, estos son los que transforman, porque viven; entre el ciudadano común y aprenden de ellos.
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