Arte a la Mexicana.

Cada cierto tiempo en México metemos la mano dentro del frasco de temas para discutir y sacamos uno al azar. Hablamos del asunto mientras sea popular o hasta que se le dé una engañosa resolución: desde lo populachero hasta lo condescendiente. Pero en realidad nunca se soluciona nada a fondo. Esta es nuestra cultura Mexicana.

Nuestra perspectiva para justificar la mayoría de los problemas que aquejan al país, por lo general, siempre es la misma: falta de apoyos gubernamentales, intencionados para destruir nuestras certezas, de esas que nos gusta decir que son absolutas. Esto puede ser cierto, pero nuestros funcionarios —me atrevo a decir que los de cualquier país—, carecen de creatividad e imaginación como para hacer conspiraciones tan profundas como las que creamos en nuestras cabezas. Sus pretensiones son simples, popularidad. Cuando un político no desea resolver un asunto que no está inscrito en su agenda o no sirva para acrecentar su nivel popular, lo único que tiene que hacer es politizarlo y listo.

La cultura en México siempre ha sido un tema delicado de tratar. Y como cualquier tema que hacemos melodramático-polémico por nuestra incapacidad a debatir (escuchar, confrontar ideas y reflexionar), lo arrojamos al basurero donde lanzamos todo este tipo de asuntos, al del discurso político.

Hablar de politiquería es algo sucio y de mal gusto, sobre todo cuando el tema es la cultura. En términos generales, digamos que la obligación del estado, en lo que se refiere a cultura, es la preservación de esta. En cuanto a la producción y difusión es algo complejo, ya que ambos conceptos se desprenden de otros superiores. Pero para fines de este artículo diremos que, el estado, debe de garantizar la libre expresión y dar las condiciones necesarias para que esta exista.

Al escuchar a una persona criticar la cultura actual en México. Cuando con nostalgia hablan de otras épocas, mejores tiempos, mejores artistas, tengo el impulso de preguntar: ¿cuánto conocen de nuestra cultura contemporánea? ¿Cuántas películas nacionales producidas en los últimos veinte años han visto? ¿Cuánto teatro nacional han visto? ¿Cuántas galerías o museos han visitado en el último año? ¿Cuántos escritores mexicanos de los últimos cinco años han leído? ¿Conocen compositores de música actuales? Pintores, escultores, artistas plásticos, arquitectos… existen una variedad de artistas mexicanos aún con vida que, todos los días, trabajan y luchan por difundir su obra. ¿Cuántas personas han intentado ver el trabajo de estos artistas?

Tan solo tenemos que nadar por el mar estadístico para responder a estas preguntas y veremos que el interés por el arte actual Mexicano ha disminuido año con año. El ciudadano común difícilmente podría citar a un par de artistas contemporáneos de la cultura mexicana. El público que no logra nombrar al menos un artista actual de cada una de las bellas artes alude a la falta de talento. Esconde su ignorancia en comparaciones al pasado, con otros países y señalamientos, y si lo deja uno hablar, su reflexión lo llevará a politizar el problema para terminar arrojando culpas a la administración gubernamental en turno.

Quizás desde una perspectiva partidista podremos comparar cuál administración fue mejor que otra. Pero para que revolcarnos en el lodo que a los mismos políticos les gusta retorcerse. Dejemos de lado discutir por cuál pipí es más olorosa. La respuesta a este dilema sería responder con una pregunta, ¿por qué el gobierno invertiría en algo que a la mayoría de sus gobernados no le interesa?

Ahora bien, ¿cuándo vemos obras de autores de cualquier nacionalidad podemos hacer una reflexión personal y decidir por nosotros mismos si nos gusta o no? O ¿Dependemos de que la obra sea popular para poder decidir si nos gusta o no? Si carecemos de una educación cultural, ¿por qué el gobierno —que depende de la popularidad—, estaría invirtiendo en asuntos que no son populares?

El discurso del artista.

La democracia, desde sus inicios, es un sistema político débil y controversial. Para que convertirse en un sistema robusto tiene que existir, entre otras cosas, la libre expresión. Pero expresarse libremente es un tema que ha reventado muchas cabezas. Hasta le fecha es difícil definir los límites de la libre expresión sin atropellar otros derechos básicos del ser humano. La única solución a este dilema es que las personas sean, por un lado, tolerantes y por otro, tengan la sabiduría, inteligencia y creatividad para poder decidir sobre qué opiniones compartir, i.e., pensar antes de hablar.

La censura al arte, nos hace menos inteligentes, nos da menos sabiduría y nos destruye la creatividad. El arte es muchas veces controversial, justamente porque nos hace cuestionar nuestras creencias; la única manera para confirmarlas o cambiar de opinión o fortalecerlas.

Censurar el discurso de un artista es el tipo de censura más cruel que existe para el espíritu de un país. La evolución de nuestras mentes y educación depende de lograr una identidad. La cultura es un pilar de la formación de esta identidad individual. La identidad de los ciudadanos de un país se pierde, cuando se deja de apoyar a sus artistas.

Si acaso nos ofende el discurso artístico o nos parece pobre es porque no existe una difusión correcta que se origina por el desinterés. Para que el artista crezca y ofrezca un trabajo de mejor calidad es necesaria la exposición y crítica pública de su obra. Al no tener público, al no recibir una crítica inteligente sobre su trabajo, al no contar con una libertad de exposición, al no ser valorada su obra por el simple hecho de existir, el arte de un país muere y se lleva entra las patas a la identidad cultural.

En México apreciamos mucho y defendemos a nuestra cultura prehispánica, nuestros artistas del pasado, pero nos cuesta trabajo entender que existió ese pasado debido a la riqueza en la educación cultural de las personas de esas épocas. Se le daba libertad a los artistas y se podía reconocer la calidad de su trabajo. La discontinuidad en la evolución del arte nacional comenzó, justo cuando aceptamos el discurso de la censura. Hubo pocas protestas cuando se atacaron a los artistas, cuando se cerraron espacios, cuando comenzamos a juzgar que tipo de arte era el que podía existir y cuál no. Los resultados de estas prácticas son las que han hecho que, la mayoría de los ciudadanos en la actualidad, carezcan de una identidad cultural. Solo vive de la nostalgia del pasado. Un pasado, además de todo, idealizado.

El ruido de los juicios.

Los tiempos actuales demandan que los ciudadanos de un país que, tiene pretensiones de crecer, cuenten con una identidad que vaya más allá de sus apellidos. Una identidad individual que los haga libres, independiente de su tipo de sexo, color de piel, nivel socioeconómico, creencias religiosas o región. En México con mucho orgullo nos identificamos con una cultura vieja, la del pasado, esto genera un problema generacional, ya que las costumbres del pasado no son aceptadas en el presente, y nuestro presente, carece de una cultura actualizada. Las generaciones más jóvenes navegan entre costumbres tradicionales mexicanas y costumbres actuales extranjeras, principalmente la Norteamericana, la cual es profundamente distinta a la nuestra. De ahí que nos ilusionemos y admiremos cuando el país vecino del norte nos reconoce poniendo estampitas nuestras en su álbum cultural. La confusión nace a través de este estampado que nos arrebata la identidad.

Muchos mexicanos conocemos el valor de la libertad y su importancia en el desarrollo del país. Por desgracia, hemos dejado demasiado tiempo en manos del gobierno la difusión y producción cultural. Entre varios problemas generados en ese periodo, que aún continua, surgió un abismo entre la cultura vieja y la moderna. Para crear un puente evolutivo entre las dos orillas de este abismo necesitamos arrebatar el arte y la educación de las garras populistas de nuestros funcionarios.

Estos funcionarios, custodios del arte, deciden que es lo que se puede y no se puede difundir. Otorgan recursos a través de juicios que en apariencia son democráticos.

Todo juicio humano sufre de dos fallas esenciales de la mente: sesgos y ruido sistemático.

Desde hace ya varios años, el discurso público ha alimentado sesgos de comportamiento que afectan en el desarrollo del país. Ha fomentado los egoísmos que nacen de nuestra falta de identidad cultural. Ahora los utiliza para construir un discurso populachero que, a través de discriminación y señalamientos, promete corregir. Aceptamos el discurso porque estamos en un laberinto sin salida. Convertidos, en un minotauro social, aceptamos cualquier solución que se nos ofrece para salir de este atolladero.

La solución principal es desprenderse del paternalismo, pero esto trae riesgos e inseguridades. El gobierno no desea que el problema se le vaya de las manos y ofrece lo que sea para distraernos de una reflexión que nos ayude a resolver el problema en el que ellos mismos nos colocaron. Con una bota al cuello nos continuan sometiendo y nos dividen al ofrecer salidas del laberinto con propuestas como el apoyo a las minorías, cualesquiera que sean estas. No insinuó que las minorías no existen y que no se les ha marginado en la vida social. Me refiero a que el discurso es ambiguo y esto abre la puerta para juicios sesgados y llenos de ruido sistemático. Sobre todo, cuando por medio de estos se decide a quien sí y a quién no se va a apoyar en lo referente al arte.

El problema no es actual, existió desde el momento en que dejamos que alguien con una agenda política, decidiera como repartir los apoyos a los artistas. Por supuesto, además de generar una tendencia propagandista, genera corrupción y discriminación. El problema no son los jueces o las instituciones, al aceptar estas condiciones, se convierten en meras herramientas del sistema y para justificar lo acertado de sus fallos pueden apelar a conceptos ambiguos como, apoyo a los pueblos originales, a un balance entre hombres y mujeres. Presumen tolerancia y buen juicio, la pregunta que nos deberíamos de hacer es, ¿se escogió la mejor obra? O, ¿quién obtuvo los beneficios fue causa de su talento o por su condición de minoría? Justamente como sucedía en el pasado con los favoritismos.

Todo esto se vuelve muy complejo. Esto es cuando no se quiere solucionar una situación. Entre más complejo un sistema, más fácil es justificar los pobres, malos o mediocres resultados. Esto genera polarización y con esta se puede justificar a la censura.

El gobierno contra todos.

Ningún gobernante de un país democrático va a ser el favorito de todos. Mucho menos cuando existe una identidad cultural basada en la realidad actual, no en la nostalgia.

La identidad cultural es importante porque a través de ella es como podemos mesurar nuestros gustos y reafirmamos o confrontamos nuestra sabiduría. Entre menos exista esta o mayor confusión haya con nuestros paisanos, mejor el camino para los políticos y empresarios para formar esclavos.

Los espacios que existen en nuestro país para que los artistas locales se expresen y debatan sin ningún discurso partidario son pocos. Deberían de ser todos los muros del país, todos los foros de teatro, todas las pantallas de cine, todas las librerías, todas las plazas, todas las construcciones, todas las fuentes, todas las calles… cualquier rincón del país le debería de dar prioridad a la expresión artística local. Pero no sucede así, porque el artista local no es populachero y esto no genera ninguna ganancia de ningún tipo a quien ocupa ese espacio.

El estado como juez y parte.

Mientras el arte dependa del dinero del erario y la secretaria que se encarga de su preservación no sea un órgano autónomo, la censura existirá y habrá ruido sistemático para repartir las lanas.

Repito, hacer un sistema complejo y después politizarlo es hacer como que se resuelve, pero en realidad no se corrige ni una coma. ¿Por qué el estado tiene que invertir en el arte? Porque a nadie le interesa invertir en ello, ¿por qué? Porque es mediocre y de mal gusto (cuestiona nuestras certezas). ¿Por qué no mejora la calidad artística? Porque el estado es el que arriesga, no el artista… Puedo seguir con ideas contrarias hasta llegar a absurdos como, solamente hay películas de Derbez y Omar Chaparro. Prueba de que ignoramos, como público, la producción de cine nacional y solo hacemos comentarios sin base alguna para llamar la atención, sería bueno aclarar que el país produce, al menos, más de sesenta películas al año donde no participan ni Derbez o su prole, Omar Chaparro, Martha Higareda, etc. De hecho, en los últimos veinte años, los actores que etiquetamos populares, solamente han participado en un 1 % de las películas nacionales.

Durante ese mismo periodo —veinte años—, se han expuesto en el país, cientos de obras de pintores y escultores actuales, se han compuesto cientos de canciones de nuevos músicos, se estrenaron decenas de nuevas obras de teatro, se publicaron cientos de libros de jóvenes escritores, etc. Todos Mexicanos o residentes de nuestro país, que hablan y muestran nuestra cultura actual.

Juzgar y criticar el trabajo de los artistas cuando los comparamos con el de otros países es muy sencillo al no conocer sobre el tema, solamente suponemos. También es sencillo hacerlo cuando carecemos de sensibilidad para evaluar un trabajo artístico. Nos quejamos, sí, pero en lugar de demandar a los artistas que mejoren su calidad con fundamentos, lo hacemos dejando de ver su obra. ¿Cómo entonces puedes criticar algo que desconoces? Los críticos miedosos solo comparten sus sesgos. Mientras eso suceda, cada día perdemos un poco de identidad cultural, cada año dejamos ir la oportunidad de crecer, cada mes pasa sin que alimentemos nuestra creatividad. La democracia-monarquica en la que vivimos nos hace esclavos que se creen libres.

Para mí es triste que, en pleno siglo XXI, se escuche a la gente identificarse aún por el apellido de su familia, por el color de su piel, por su preferencia sexual, por su partido político, por su colonia o calle donde viven. Lo que nos identifica como especie es nuestra capacidad de amor y aprendizaje. La identidad individual nos hace libres y el mejor material de construcción para formar una identidad sólida es la cultura. Artistas nacionales existen, se los aseguro. Apoyarlos es ayudarnos a nosotros mismos y solo así el artista podrá zafarse de las garras gubernamentales.

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