El pensar científico.

La Tsa’ba es la lucha que enfrentamos a la hora de crear una obra auténtica. Se presenta en distintas formas: perfeccionamiento, miedo a la crítica plana y académica, juicios de gente simple. Estos son los enemigos que debemos de vencer. La inspiración es la mejor arma; el trabajo del artesano, la mejor defensa.

Nuestra insistencia por ser más inteligentes.

La manera para medir la inteligencia de una persona depende de su capacidad y rapidez para tomar decisiones. Alguien que puede manejar dos conceptos contrarios en su mente, evaluar los datos, y decidir por la mejor opción según las probabilidades, es una persona inteligente.

Todos los días nos enfrentamos a una decena de decisiones en el día. Estas no discriminan: clase social, sexo, género o la filosofía religiosa que profesemos. Cada persona tiene que enfrentar el problema de escoger, al menos, de entre dos opciones.

Cuando perfeccionamos la producción en serie, durante años, consideramos el multitasking como una característica de inteligencia. Aun en nuestros días, alguien que puede hacer malabares con las tareas, se dice que es alguien productivo.

La industria tecnológica ha explotado el término de “inteligencia” para fomentar el consumo de lo absurdo.

Es tan constante el bombardeo y la crítica, que nos cuesta trabajo, detenernos a pensar en aquello que adquirimos para llevar a un nivel arriba nuestra productividad.

Lo cierto es que, cada actualización de las aplicaciones de los aparatos eléctricos, nos complica la toma de decisiones. La curva de aprendizaje de las herramientas “inteligentes” nos agota para encontrar la solución más sencilla para resolver y atacar los problemas del día a día.

Antes, para tomar una simple nota, solo necesitábamos de un lápiz y cualquier pedazo de papel a la mano. Hoy, las aplicaciones para tomar notas, las que pomposamente se publicitan como una segunda mente (Second Brain), hacen la labor más complicada. Esto se debe a que entre más complejo hacemos un trabajo, más la ilusión de ser productivos. Ese la nueva adicción.

Así como el multitasking mostró, que cuando se hacen distintas tareas a la vez, se desperdicia el tiempo y da resultados mediocres, los nuevos sistemas “inteligentes” enseñan a no pensar. Simulamos ser inteligentes.

El engaño funciona, porque nuestra mente está en constante movimiento. Busca cómo entretenerse. Las personas que tienen aversión a resolver problemas, miedo a la incertidumbre, evitan a cualquier costo reflexionar y cuestionar sus verdades. Acostumbran a cubrir el vacío con chismes, navegar por redes sociales, hacer señalamientos, o elaborar planes con sus aparatos “inteligentes”. En lugar de generar ideas, gestan dramas sobre asuntos cotidianos, generalizan y complican la solución de asuntos ajenos.

En sí, todo ser vivo tiene un tipo de inteligencia. Llamarnos más inteligentes o menos inteligentes que otro, es tonto, o estúpido en algunos casos. Lo que sí nos diferencia, son nuestras capacidades para, enfocarnos, atender problemas, tomar desiciones. El resultado de estas, no nos hace tampoco tontos o sabios, ya que no tenemos ningún control sobre estos.

Los sistemas “inteligentes” ayudan a evaluar las probabilidades de éxito de una decisión. Si las aplicaciones que nos ofrecen una segunda mente, o un segundo cerebro, dieran los resultados que prometen, el mundo tendría a varios Isaac Newton por las calles. Las nuevas aplicaciones generan más ruido que soluciones sencillas.

El científico y la exposición.

El científico artista, para existir, necesita exponer su obra. Su trabajo es interpretar sus miedos, sus dudas, sus angustias; materializarlas en sonidos, trazos, letras, edificaciones, imágenes estáticas y en movimiento. La exposición es la muestra de lo que perturba su alma. Desea expulsar —hacer llover—, y germinar la imaginación del espectador. Limpiar un camino de entre los árboles del bosque de emociones en el que circulamos diariamente.

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