Érase una vez, un lugar en el que las personas hablaban de ideas. A pesar de que las pláticas giraban en rededor de críticas, se escuchaba al que analizaba y explicaba con pocas palabras.
En toda familia, existía un soñador, inventores, artistas, científicos, innovadores o emprendedores. Eran el tema de conversaciones que giraban en torno al futuro y los sueños. Eran épocas en que se hablaba de las posibilidades del mañana, de las aventuras. De los soñadores, inventores de la época, algunos lograron concretar sus proyectos, otros, sea por una mente desorganizada o por vencerse ante un progreso asfixiante, desistían en sus fantasías y se rendían a la realidad de la vida.
Era un tiempo en que el dinero era para comprar lo necesario. Los aparatos esclavzizantes de la tecnología, eran un juguete, no un estilo de vida; los viajes servían para convivir en familia, o, en la soledad aventurera, aprender sobre otras culturas. Comprar un auto de características modernas, era alimento de narcisistas, no referencia del estatuto social.
Un día, el desequilibrio racional del Ser Humano, se metamorfoseó en ansiedad, sobre todo, en las grandes ciudades. Ansiedad: producto de una confusión por no encontrar sentido a la vida. El Progreso pedía productividad, que los seres humanos funcionarán como máquinas y, ganar dinero que les permitiera consumir esas mismas mercancías que producían. Los objetos se volvieron más importantes que las ideas.
Los medios masivos aprovecharon el vacío de las personas que no encontraban sentido a la vida, y promovieron el consumo de mercancías esclavzizantes. El hombre moderno y progresista, puso sus objetos sobre las ideas. Esta era la nueva fórmula del buen vivir.
La nueva costumbre, invento del progreso, fomentó la corrupción de las nuevas conciencias que terminaron por apagar su sensualidad. En retroceso, el buen vivir, arrojó a las comunidades en un laberinto sin rutas de salida.
La autenticidad de los soñadores quedó sepultada bajo objetos e ideas insensibles. La podredumbre de las mercancías mato las raíces de la contemplación y la reflexión. Emprender ya no se trataba de crear y tomar riesgos, sino de reciclar e ir a lo seguro.
Con el tiempo, se premió al vendedor, al distribuidor que, poco a poco, extinguió al científico. El Progreso creó sistemas complejos, que se tragaron al inconforme y los vomitó dentro del laberinto: en rincones aislados y desolados, apartados de los consumidores masivos.
Las nuevas conversaciones ya no giran en torno de ideas. Los nuevos héroes son maleantes y políticos, millonarios y empresarios corruptos, vendedores que no inventan. Ladrones del trabajo y producto de los científicos y soñadores inconformes, apartados en un rincón por apestar a derrota, pues el progresó se los tragó al carecer de un espíritu corrupto para vender su trabajo.