Cuando conocí a Toño mi carrera como cineasta estaba estancada, quizá muerta. En mi corta experiencia en el cine hasta ese momento sentía que “el medio” era vacío y banal.
Los Ingleses son famosos por su puntualidad exacta. En el año 2009 tenía por costumbre llegar a una cita previamente pactada, cuando menos, treinta minutos antes. Toño Hernández, supongo que por rebeldía o necedad, ni llegaba a tiempo, ni a la hora, sino todo lo contrario —no era por flojera, pues él se levantaba más o menos entre cinco y seis de la mañana, sin importar la hora o condición en la que se dormía la noche anterior.
En 2009, a unos días de haber terminado el confinamiento por la influenza H1N1, Toño me pide que lo acompañe a la ciudad de Guadalajara —ida y vuelta en el mismo día—, justo acababa de decidir hacer una película independiente en Ocotlán, Jalisco. Me citó a las 0500 hrs. Nuestro itinerario era justo y debiamos salir los más temprano posible para evitar el tráfico, él llegó cerca de las 0700 hrs.
Los temas de producción de las películas que estábamos por comenzar en el estado de Jalisco, los arreglos de las oficinas de producción en la Ciudad de México y otros temas de menor importancia, cubrieron apenas el trayecto hasta llegar a la caseta de Los Reyes. Como dijo el poeta:
Desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.
Callados llegamos hasta la fonda “El Carnalito” donde comimos barbacoa. Platicamos de libros y encontramos gustos similares por Moby Dick y Dostoyevski, al momento de regresar al auto, hablábamos apasionadamente de lo que nos unió por años: cine.
La costumbre de Toño era apretar el acelerador del auto lo máximo posible en donde fuere. Intimidante se le acercaba a los autos que tenía de frente, hasta el punto de perder de vista las placas; su intención era presionarlos para que se hicieran a un lado. Intente calmar mis nervios y ansiedad platicando de cosas personales, como si estas fueran mis últimas palabras, también, quería hacerle saber, que había seres queridos esperando mi regreso. Nunca logré que bajara la velocidad; pero logré que el también me platicará de sus sueños, su vida. El sentir que una minúscula piedra o el nervioso pie de otro conductor en el camino pondría fin a mi vida, extrañamente, me llevo a relajarme y poner mi confianza en el instinto y manos de Toño, y no solo en el camino, después de este viaje, en nuestros proyectos y planes de los próximos siete años.
¿Cuál es la razón que nos llevo a forjar una amistad por tantos años? La manera que tenía para abrazar la incertidumbre; le gustaba vivir al máximo. Para ser libre debes de tomar riesgos —acción primero, luego, resolver problemas—. Toño era un jugador, él no apostaba al poker o a los caballos; el apostaba a la vida misma.
Un carácter así, en el camino, va a tener algunos obstáculos. Será víctima de criticas y chismes, ¿quién podría vivir a este ritmo sin presión? ¿Quién vive al límite intimidando, empujado haciendo a un lado a cualquiera que se interpone en su camino sin tener enemigos, sin mentadas de madre? Una vez Toño y yo regresamos a nuestra casa en Guadalajara a las dos de loa mañana después de estar tomando cerveza. No teníamos mucho sueño entonces abrimos una botella de Zubrowka —tenía dos en el congelador—, y nos pusimos a ver “The Veredict” de Sidney Lumet. Botella y media de vodka después terminamos de ver la película, eran las cinco de la mañana y aún nos quedaba media botella, nos la terminamos una hora después discutiendo sobre cine.
La personalidad de Toño me cautivo desde el principio, él es del tipo de personas con las que me gustaba rodearme, personas que no tuvieran miedo a vivir, que presionaran el acelerador hasta el fondo y que en lugar de estar quejándose, hablaran con fuego en su mirada y voz desde lo profundo de su pecho sobre el cine, libros, la vida. De inmediato me enamoré de la adrenalina que producía. Sino me hubiera encantado, mi vida se hubiera perdido de una gran aventura. Nuestra amistad cambio en ese momento mi vida, ciento ochenta grados. Lo que ahora me rodea, justo en el momento que escribo estas palabras, sea de manera física o de recuerdos, es resultado de mi amistad con Toño.
Volvamos a ese viaje de 2009, Toño iba determinado a hacer películas fuera de la Ciudad de México. Hicimos tres en Jalisco, luego una entre Tlaxcala e Hidalgo; esto cuando se hablaba poco de descentralizar el cine mexicano. En un país donde el ochenta por ciento de las personas solo critica a aquellos que toman riesgos, es lógico cuestionen la calidad de estos proyectos. Estos proyectos se lograron con el esfuerzo de muchas personas de grandes talentos y gran valor, y todas ellas fueron convocadas por Toño Hernández. La historia pondrá a estos proyectos en el lugar que les corresponde. Toño no solo tocó mi corazón, toco el de varias personas.
En el tiempo que conviví con Toño, muchas personas se le acercaron con obstáculos y pretextos, fracasos de su vida, Toño, con paciencia e inteligencia, respondía a cada una de sus exposiciones. Les daba el empuje que les faltaba para levantarse de esa cama y hacer algo en lugar de quejarse.
Un im-balance entre el carácter impulsivo de Toño y mi necesidad de certeza, provoco el termino de nuestra sociedad, pero nuestra amistad continua hasta el día de hoy.
En el viaje del 2009 de regreso a la Ciudad de México, nos cayó la noche en el tramo entre Michoacán y el Estado de México, comenzó a llover. La lluvia y un camino lodoso, hizo un silencio de minutos, muchos minutos, que nunca volvió a existir entre Toño y yo. El limpia-parabrisas de la camioneta (el hule), estaba dañado y no limpiaba bien el vidrio frontal, además, lodo e insectos. El aire no funcionaba, los vidrios se empañaban todo el tiempo, Toño y yo limpiábamos con lo que tuviéramos a la mano el vidrio. Él inclinaba su pecho al volante “Me suda la espalda” decía mientras a la vez limpiaba el vidrio con la mano. Yo no veía bien por el parabrisas, frente a mí todo estaba borroso; en ese entonces mi vista era 20/20. Sugerí que paráramos un rato, “Voy bien, el pedo es que las luces de los camiones las veo borrosas” en eso Toño frenó violento; las luces rojas de stop de un camión aparecieron de pronto. “¿Quieres que maneje yo?” le dije “todo mal” contesto serio, tranquilo, frunciendo sus ojos “el pedo es que, con el parabrisas sucio y la lluvia… y mi mala vista, no veo bien las luces de los camiones” lo voltee a ver, como si lo dicho fuera una broma “todo mal” repitió tranquilo y piso el acelerador para rebasar.
En el tiempo que nos conocimos Toño se rió muchas veces, esa noche de regreso a la Ciudad de México, él no rió mucho.
Hace una año vi a Toño en una avenida esperado un taxi a la vez que miraba su celular, distraído caminaba sin fijarse en los autos, camine a él y lo jalé de un brazo a la banqueta “Toño ¿qué no ves te pueden atropellar?” El ser rió “no estaba atento” Él, mi novia y yo nos reímos y nos despedimos, nos comprometimos a vernos para festejar el año nuevo —2020—, en su casa. El festejo del nuevo año lo celebramos en compañía de buenos amigos, cerveza, parrillas y buen vino. Terminamos a las siete de la mañana del primero de enero. Anécdotas que resumieron diez años de amistad.
En febrero estuve entre sus amigos y su familia festejando sus cincuenta años de vida. Todos amigos, amores, alumnos… reunidos en el patio de su casa en Coyoacán. Bebimos, comimos carne y reímos toda la noche. Toño estaba feliz.
En cuarentena lo vi sobre su bicicleta en la avenida Miguel Angel de Quevedo retando a conductores y gente que se atravesaba a su paso. Nadie podía detenerlo cuando estaba determinado en algo. Llame su atención desde el camellón, él enfocado en su destino, me ignoró. Lo amaba por eso.
Como muchos de nosotros lo hemos hecho con familiares y amigos en estas épocas y en distintos idiomas, las últimas palabras que nos dijimos entre Toño y yo fueron: “Nos vemos la próxima semana.” Había quedado en llevar un Zubrowka a su festejo de cumpleaños. Se me olvidó.
El verano pasado le Mende un mensaje para llevarle la botella de vodka a su casa, él me contesto diciendo que guardara para que nos la tomáramos cuando la pandemia terminara.
Supongo que para él ya termino la pandemia.
Estas palabras las acompaño con esa botella que no le entregué. Quizá antes de comenzar su nueva aventura venga y se tome una copa conmigo, no sé. Quizá.
Mi carta la termino con un poema de Pär Lagerkvist que me viene a la mente cuando recuerdo a mi amigo Toño:
La vida se me va… Quién sabe a dónde
con la luz parte… Sigilosamente
de mí se aleja sin decir a dónde.
Lo mismo que un amigo
que me abandona sin decir palabra,
que me abandona en soledad conmigo.
Si le pregunto: ¿A dónde vas, a dónde?
se sonríe no más, plácidamente,
sin dejar de partir quién sabe a dónde.
Le grito con angustia:
Mírame aquí, viviente, vivo. ¿A dónde
quieres que te siga? -Y con risa mustia,
«Tú no eres yo» -doliente me responde.
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