El desvanecimiento de la lectura de libros.

La publicidad de las librerías Gandhi, —adorno de redes sociales y avenidas—tan famosa que hasta en memes falsos se ha convertido—, ha sido tan exitosa, como los programas del gobierno para generar lectores. El último informe del INEGI muestra que en México, bajo la cantidad de libros leídos por persona al año, de 3.9 a 3.4.

Una estadística que siempre cuesta trabajo encontrar es el informe que muestre cuáles de esos 3 libros y medio que se leen corresponden a autores mexicanos.

La baja de lectores, decimos simplonamente, es producto del internet. Pero, más allá de esta manera artesanal de mirar las cosas, desde muchos años atrás, la lectura en el país es cosa extraña. Lo que sí aumenta, año con año, son los lectores de apariencia, poseurs o posers como los llaman en nuestro vecino país del norte. Casualmente, estos lectores son los que comparten los memes engendrados de la publicidad de Gandhi y se presumen puristas del lenguaje.

Pero no se necesita mirar las estadísticas del INEGI para saber que en México los lectores de libros están desparecidos. Basta que uno mismo se haga un sincero autoanálisis o mirar su universo real de personas y ver quién lee y quién no lo hace. Fuera de las ciudades de Guadalajara, Ciudad de México y Puebla, incluyo sus respectivas zonas conurbadas, es más sencillo ver a un defensor de la selección mexicana que a un lector. No obstante, en las ciudades citadas, cada vez se puede mirar a más personas con la vista clavada en un celular que en un libro, revista o periódico. Por esto, es fácil creer que el internet acaba con los pocos lectores que quedan. Sin duda, es un factor. Pues, el internet es un agente devorador del tiempo de ocio que nos alimenta de más información de la que somos capaces de consumir. Tiempo para leer; hoy en día, podemos encontrar cualquier pretexto para no echar mano a un libro.

Sin embargo, a pesar de que existe un universo literario en el internet, la mayoría de los lectores de celular están enfocadosen las redes sociales. No nos engañemos, el lector constante, o sea, el que lee a diario, siempre lleva, al menos, un libro consigo. Cierto, la probabilidad de que el libro físico desaparezca es muy alta, pero a penas está en pañales la generación que lo va a hacer de forma natural.

Entonces, si no es el internet el responsable de la disminución de lectores, ¿qué lo es? Una es la misma de siempre: falta de interés. Leer un libro es un compromiso que demanda paciencia —esos que compiten por leer rápido, decenas de libros al año son los que más daño le hacen a la lectura—. Este estúpido mito, propagado por monitos ignorantes en las pantallas y monitores, asusta a los inseguros y primerizos lectores. Porque si de algo pecamos los mexicanos, es el de compararnos con el vecino. Únicamente presumimos aquello que nos haga sobresalir. Otro factor, y quizás este sea el principal, es el de la cultura de la inmediatez. El siglo XXI implantó un bicho en la cabeza de todas las generaciones que nos esclaviza a consumir tendencias novedosas. Los generadores de estas tendencias, aprovechan nuestra falta de identidad y la urgencia de tener un portafolio digital respetable; alienta el consumo de cosas inservibles con simples parches hipócritas que ni actualizan ni mejoran el producto, eso sí, lo hace más embrutecedor y bonito. No es la cultura del internet, es la de la apariencia.

Para muchos —se dice— leer es una discusión con el autor. En un país que tiene 130 millones de allegadores y discutidores, resulta sorprendente que se lea tan poco. Mucho se lo debemos a la educación, la cual, desde los años setenta del siglo pasado, va en descenso. Pero no seamos negativos, y aunque la liga nacional de fútbol, para no deprimir a los espectadores, eliminó el descenso, la educación en México aún puede caer más bajo. Esto, lo de la devaluación en nuestra educación, mucho se debe a la explosión demográfica, la cual, para facilitar el tedioso y cansado trabajo de los maestros se enfoca más en la memorización que en la comprensión de conceptos. Para leer, se tiene que saber preguntar, porque esa es la raíz de la comprensión y de ella germina la reflexión. Un florecer que se disfruta a través de la paciencia y el gozo por la lectura. Cuando en las escuelas —a cualquier nivel— se nos lanzan listas de lectura con el simple fin de memorizar, se vuelve en un ejercicio tedioso. De ahí que cuando el alumno deja la escuela atrás, así mismo deja a la lectura. Porque en lugar de placer, representa una tarea, un trabajo, que ya de adulto, sin garrote que lo obligue, decide por abandonar el tedio de leer para cumplir. La falta de práctica de la lectura de comprensión es obvia. Basta un vistazo a los comentarios de las redes sociales o el timeline de una conversación de whatspp para ver que poco se comprende del escrito y pocos mantienen la atención de la conversación inicial.

La centralización, forma de administración política que el Estado mantiene por pura apatía, es un gran factor de la decadente lectura nacional. Encontrar bibliotecas, librerías o, libros en lo general, fuera de las ciudades principales del país es una proeza. Y no hablo de pueblos alejados de las autopistas o encallados en la sierra. Ciudades pequeñas en México tienen una carencia extrema de materiales de lectura. Solamente, las clases de nivel socioeconómico, con acceso privado al internet, pueden navegar en el universo bibliográfico digital. Lo cual —por supuesto— no hacen. El internet sirve más para el tradicional chismorreo del Homo sapiens.

Además de tener falta de comprensión a causa de la escasa lectura, existen otras consecuencias. La deformidad del carácter. Porque el analfabeto —y así llamó al que sabe leer y escribir y decide por no leer—, es un ciudadano genérico que se ve en la necesidad de creer todo lo que le escupen y vomitan otras personas. Sí, un ciudadano sin carácter que tiene miedo a preguntar, que sólo sabe obedecer. El alimento del urgir para ser reconocido y mirar su reflejo orgulloso al arrancarse los pelos de la cara frente al espejo. Así justifica su existencia, no matter what.

Entre menos lectores en el país, menos discusiones constructivas. Un no-lector es un soldado de infantería sin defensas. Sin embargo, cuando este soldado alega, desesperado, toma mano de las herramientas que su naturaleza animal le da por derecho: descalificaciones e insultos. Sus argumentos se sostienen de lo que otro dijo y no en lo que su cabeza alcanza a procesar. Es inseguro, vulnerable a cualquier mito, por eso, los mitos políticos cada día son más absurdos, ridículos y caricaturescos.

Dejemos atrás los adjetivos y señalamientos del no-lector. Porque en artículos como este, se tiende a generalizar y esto, además de mal gusto, es de quien promueve un discurso corriente y lamentable. Sé que en el país existen personas que disfrutan de la lectura, no sólo para educarse, sino también para el ocio. Leen, no con el fin de imitar a un gurú o por la estúpida razón de presumir que leen más de 50 títulos al año. El que lee no presume, lo muestra al hablar con otro, al discutir, al presentar argumentos. El que lee sueña e imagina.

Un país con una mayoría de soñadores, idealistas, y con cafés, restoranes y bares ensordecedores por el bello arte de la discusión, es un país feliz. Feliz, que no es lo mismo que bruto. Porque ambos parecen lo mismo, la diferencia es que en el sonriente, las personas son libres, en el otro, son esclavos. Y, en un descuido, los esclavos arrastran a todos a su grillete.

Y volvió Abraham a decir: ‘He aquí ahora que he emprendido el hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza. Quizá faltarán de cincuenta justos cinco; ¿destruirás por aquellos cinco toda la ciudad?’ Y dijo: ‘No la destruiré, si hallare allí cuarenta y cinco.’ Y volvió a hablarle, y dijo: ‘Quizá se hallarán allí cuarenta.’ Y respondió: ‘No lo haré, por amor a los cuarenta.’ … Y dijo Abraham: ‘No se enoje ahora mi Señor, si hablo quizás sólo una vez más: quizás se hallarán allí diez.’ Y respondió: ‘No la destruiré, por amor a los diez.’“”

La intención de la cita de arriba, no es convertir a nadie en un cristiano devoto. El pasaje, muestro, que aunque Dios esté dispuesto a salvar a un pueblo para no sentenciar a un puñado de fieles, el estafador, está lejos de ser Dios. Este, sin ningún cargo de culpa, está dispuesto a llevarse a todos entre las patas si le es conveniente. Por eso es importante fomentar la lectura y hacerla crecer de nuevo. La de libros físicos o digitales, blogs o revistas impresas, es igual. En México, para salir de este atolladero, se debe de tener acceso a la lectura.

En lo personal me gustaría que existiera la oportunidad de que se publicaran todos los autores posibles y que sus novelas (ficción y no-ficción) estuvieran al alcance de todos. Si en papel, a precios razonables, aunque tuvieran que ser impresiones de menor calidad. Esto, de ninguna manera, generaría una inmediata ola de lectores, en lo absoluto. Paciencia es la clave. Aunque existen cientos de autores publicados —me refiero a los nacionales—, sus textos están lejos del público de las principales ciudades. Que digo ciudades. Si acaso están disponibles en Guadalajara (según la estadística es donde más se lee), Ciudad de México, Toluca y Puebla. De ahí, el acceso se diluye a través de los filtros editoriales, publicistas y de conocedores. Hasta que el rastro desaparece en las periferias de las grandes ciudades. Quedan ninguneadas las pequeñas ciudades, pueblos y localidades. La razón ya lo he dicho, son escasas las librerías y menos las bibliotecas con buena capacidad de recolección.

Pero esto, aceptémoslo, más que una utopía es un sueño. Las editoriales tienen sus filtros para seleccionar que libros sí y que libros no se publican. Están llenas de expertos y académicos que desechan a cintos de textos por no reunir las características elementales que sus exigencias demandan. La idea del mundo editorial es que todo mundo haga dinero y viva bien, menos el autor. Éste, antes de llegar a ser publicado, tiene que mostrar su valor y perfil —pagar piso— en los festivales, premios, becas, y otro tanto de mecanismos que existen. Porque la inversión de publicar, desde el lado económico, es de un alto costo. En un país, donde se premia al que memoriza, al bien portado, al de los cuadernos presentables, al que va a misa, al que saluda a sus tías y cuida de sus abuelos, al que nunca se equivoca por vivir protegido de errores, el rarito que toma riesgos y tropieza, no tienen futuro. Pocos son los que apuestan por sus instintos. En lugar de esto, utilizan las herramientas reductoras de riesgo, el camino de los cobardes.

Sí; existen editoriales valerosas que toman riesgos, que apuestan y se lanzan al rodeo. Pero viven poco, porque el canibalismo editorial existe. Y, donde pisa la crítica destructiva-envidiosa, no vuelve a crecer yerba.


Descubre más desde Pandilla Salvaje

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba
es_ESEspañol

Descubre más desde Pandilla Salvaje

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo