El cine y su análisis.

Es común que una persona que desea estudiar cine busque cursos o talleres de análisis cinematográficos.

Esto acontece, principalmente, porque el mundillo del cine está invadido de pretenciosos y engreídos que, por desgracia, son de los que más ruido hacen. Estos individuos solamente hablan de películas y temas, que van más allá del conocimiento y alcances que están a la mano del público. Sus comentarios tienen como objetivo, intimidar y descalificar, sobre todo, a los Blockbuster.

La desgracia del asunto, es que muchas veces terminan por hacernos dudar de nuestros gustos y conocimientos que tenemos acerca del cine. Hablan, como cualquier aplicado estudiante, a través de lo leído o aprendido en la vida, pero lejos de la experiencia. 

El cine, como cualquier arte, se mira con el alma y se analiza con el corazón. Por otro lado, la única manera de hacer una película es poniendo manos a la obra, i.e. con la piel en el asador.

Sin lugar a dudas, para hacer cine, es necesario ver muchas películas, leer muchos guiones. Estar en constante aprendizaje y encontrar nuevas y mejores herramientas narrativas. Igual como hace un pintor, músico, escritor, escultor, médico, ingeniero, etc. Cualquier profesión requiere del estudio y análisis de la historia de su rama, y después, aprender a olvidar para aplicarlo.

La narrativa visual se puede aprender con cualquier producto de imágenes que miremos. Ya sean comerciales, videos en el internet, películas, cortometrajes, la boda de tus familiares, cualquier obra que involucre captura de imágenes en movimiento. Algunas ofrecen mejores herramientas que otras, y de todas, haciendo un análisis, podemos sacar provecho de sus intenciones y logros. De verdad que no es cosa difícil. 

El análisis cinematográfico intenta enseñarnos a mirar películas partiendo de la curiosidad. Hoy en día, en que el público es un devorador ambicioso de series, películas y sketches, en Tick-Tock nos hemos olvidado de poder reconocer lo que es una narrativa visual de calidad. Somos como niños comiendo golosinas sin que nos importe la calidad o sabor del producto. Cuando en realidad la adicción es por el azúcar y la ansiedad.

La evolución de la mercadotecnia, echó mano de la sociología, para hacer que alguien disfrute de un producto, sin la necesidad de invertir en calidad artística. Tan solo con proporcionar una imagen o frase que se vuelva popular, el consumista promedio, se transforma en un esclavo promotor. 

Aun así, el realizador debe conocer los alcances y logros de una puesta en cámara de calidad, para obtener el mejor provecho de ella.

El análisis natural.

Cuando era chico, mis padres, al terminar una película, obra de teatro o libro y, mientras mi mente fantaseaba con la manera de imitar las aventuras del héroe, me invadían con preguntas: ¿de qué trato la obra? Y, ¿cuál fue su moraleja? Por supuesto, esto era tedioso. Con el tiempo, me acostumbré y comencé a ver con más detalle las historias de la pantalla, del escenario y los libros. Logré formar una mente analítica y curiosa.

Esta experiencia fue una semilla que, al florecer, me motivo a hacer películas. Como muchos, leí un libro de análisis cinematográfico, tomé cursos, talleres y asistí a la escuela de cine. Aprendí mucho de mis tutores y maestros, pero en la práctica, si acaso, he llegado a utilizar el diez por ciento de lo esos conocimientos. Mi escuela fue, y siempre ha sido, ver películas.

Tuve la fortaleza de no dejar envolver mi deseo de contar historias, en el torbellino de los engreídos habitantes del subsuelo cinematográfico.

Quiero aclarar, todo lo que aprendí me ha servido de una u otra manera. Pero la mejor escuela es vivir, aprender a absorber los detalles de la vida y analizar los dramas que me rodean.

Pronto descubrí, que la mejor escuela, está en el campo de trabajo. Haciendo y fallando. Y esto solo sirve cuando analizamos nuestro trabajo final; nos exponemos, y aprendemos de nuestros errores. 

El análisis de una película no es difícil cuando exploramos en nuestro interior. Curiosos, sin prejuicios, observamos las emociones que nos produce.

Si somos conscientes de nuestros gustos y emociones, podemos entender cualquier película, o al menos aquellas que nos gustan o emocionan. Las dudas vienen al compartir o comparar nuestras impresiones con un “conocedor”. Cada obra tiene una calidad distinta. Unas profundizan en sus temas más que otras, pero eso es un logro de la producción. No es resultado de seguir una fórmula y reglas. Si esto fuera así, entonces habría un libro que las citara.

Una buena historia es producto de la sinceridad y capacidad de auto exploración de sus autores. Cuando tus motivaciones para contar una historia son banales y simples, entonces no importa cuáles sean tus conocimientos cinematográficos. Nunca vas a hacer un buen trabajo, pues te falta alimentar el alma y la imaginación. ¿Cómo se alimentan? Aprendiendo a vivir.

Para saber analizar una película no basta con cumplir una lista con las 100 películas que debes ver antes de morir. Debes leer mucho y de todo, ir a museos, poesía, leer sobre las ciencias, pintura, música, llorar, reír, y, hacer llorar y hacer reír. Cada momento que vives es un drama. No vivirlo, es perder la oportunidad de contar una historia.

Ver un montón de películas, no es lo mismo que saber ver películas.

Cualquier persona que trabaje haciendo proyectos audiovisuales debería, al menos, tomar un curso de análisis cinematográfico. Los mejores instructores y maestros para impartir estos talleres son aquellos que se dedican a la crítica profesional. Sus clases son un verdadero abrir de ojos y enseñan una bella perspectiva del cine.

El análisis cinematográfico, no está enfocado solamente para quienes desean hacer cine. En sí, debería formar parte del sistema educativo. En la actualidad, podemos ver en cualquier nivel socioeconómico la falta de herramientas para apreciar el arte en general. Es grave que las personas vean y escuchen obras artísticas, y su único filtro para determinar si es de su agrado o no, sea un, “me gusta” o “no me gusta”.

Es triste escuchar y leer a la gente cuando citan frases o dan líneas de autores sin replicarlas con sus propias palabras. Mas, cuando las sacan de contexto. También es una tragedia que visiten museos, ciudades, vean obras por ser una tendencia o empujados por la obligación de no sentirse ignorantes. Ahí están amontonados mirando la Mona Lisa sin saber por qué la pintura es tan significativa en la historia del mundo. Sin entender su belleza. He cruzado mi camino con directores y productores de cine que critican la importancia de la obra de Alfred Hitchcock. Gente que, como zombis, ven películas y series sin comprender. No ven los conflictos internos y externos de los personajes. Esto es clausurar nuestras emociones y evitar que la cabeza haga el trabajo que nos diferencia de las máquinas, pensar y razonar.

Y sí, los equipos de trabajo del cine, están infestados de personas que no saben cómo leer un guion. Su conocimiento sobre narrativa visual y yuxtaposición de imágenes es básica cuando mucho, pero en la mayoría es nula. Entristece que muchas cabezas de departamento han conseguido sus puestos por favoritismo y no por experiencia o en base de sus conocimientos, no solo de cine, sino en las artes. Ya no me sorprende toparme con un director que despotrica contra los westerns o Film Noir; un productor que odia las matemáticas y le da flojera leer el guion; un fotógrafo que ignora la teoría de color; un diseñador de producción que no sabe hacer una decoración dramática y narrativa.


Es divertido hacer análisis de todas las películas que se ven. Un error común es analizar las que son conocidas como de culto o arte. La mejor manera de apreciar el arte audiovisual es analizando todo aquello que llega a nuestros ojos, sin discriminar. Cuando pones atención, descubres, en algunos casos, tomas grandiosas, otras veces, al alimentar tu curiosidad, se revelan obras y autores que son poco apreciados o no han llegado al alcance del público. Una de las mejores satisfacciones que puedes llegar a tener, es ver una película y, aún antes de ser popular, reconocer por ti mismo su valor artístico.

Al principio es abrumador, como lo es aprender un nuevo idioma, cuesta trabajo, seguir el ritmo y mantener la concentración de todo lo que aparece en el cuadro. Si no desistes y lo haces continuamente, el ejercicio se convierte en algo natural. Llegas a identificar cosas de manera instintiva. Sé paciente y acostumbra a tu mente a trabajar mientras disfrutas de una película.


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