El imposible silencio.

Cuando era pequeño me gustaba nadar. Nadar es un decir, buceaba hasta el fondo de las albercas. Ahí reinaba el silencio. Sin el ruido de alrededor, quedaba solo, apartado del mundo del ruido envuelto en un profundo azul.

Aunque estaba en el fondo del agua, aún podía escuchar a mi mente transformar las borrosas paredes en monstruos marinos al acecho. Recuerdos, planes, y un sinfín de ruidos que simplemente no se callaban.

Buscar el silencio es tan difícil como encontrar la nada. Cuando necesitamos alejarnos del ruido externo, lo mejor que podemos hacer es bloquearnos. Apartarnos a un rincón y enfocarnos en algo ajeno a lo que escuchamos. Si logramos mantener la concentración, logramos apagar todo a nuestro alrededor.

Yo no lo logro, pero conozco gente que se abstrae al mezclar los sonidos del ambiente con los de su cabeza. Sin importar qué tan escandaloso es donde se encuentren.

Tenemos menosprecio al valor del silencio. La gente no soporta estar en silencio y lo Llenan con un montón de conversaciones que no dicen nada.

¿Por qué será que cuando dos parejas están sin hablarse, asumimos que están peleados? O ¿aburridos?

Me gustaría poder tener todo el tiempo una pecera entre las manos para poder esconder la cabeza cada vez que me encuentro aturdido. Concentrarme para mí nunca ha sido ningún problema cuando estoy haciendo algo que me importe. El problema es cuando la gente no te deja pensar ni escuchar tus pensamientos.

El ruido del interior de nuestras cabezas nunca para. En mi caso, aun cuando estoy en un espacio lleno de ruidos, mi mente continúa hablando y, si la ignoro, me grita.

La meditación es una herramienta para controlar la escandalosa mente, pero al terminar el trance, cualquier chispa hace iniciar los fuegos artificiales. Es agotador cuando deseo trabajar en un proyecto y no alcanzó el enfoque. No es que este bloqueado, solamente no logro que mi cabeza, tome una de los miles de flechas volando y apunte al objetivo.

El silencio es importante, ahí descansan las respuestas, la creatividad. Reflexionar, aunque doloroso para los ruidosos, es una habilidad maravillosa, más cuando la combinamos con la razón y la lógica.

Dos agentes son los que actúan en contra de nuestro mecanismo de bloque mental: el externo y el interno.

Los agentes externos son complicados y están fuera de nuestro control. Callarlos es alterarnos y esto complica controlar a los agentes internos.

Supongamos que estás en casa y hay personas haciendo ruido, justo cuando buscas un poco de silencio para concentrarte. La energía que utilizas para calmar a esos seres extrovertidos, llenos de ansiedad, va a colmar de sangre caliente a tu cabeza. El resultado será, que al regresar a tus asuntos, perderás tiempo valioso para encontrar de nuevo la calma.

Existen métodos para suprimir a estos inconscientes enemigos de la tranquilidad. Pero estos supresores mecánicos solo ponen a danzar a nuestros agentes internos. A veces funciona para la creatividad, sin embargo, solamente funciona por un momento. Aún más en cabezas esquizofrénicas.

La solución no es sencilla. Se pueden controlar a los agentes externos al tener dominio de los internos, i.e. el bloque mecánico mental se obtiene de dentro hacia afuera.

El gran problema de controlar una mente en trabajo, es que, nos esforzamos por callarla y esto es agotante. Distraernos del ruido es peor. Una cabeza activa, al estar en calma, abre las puertas a todo tipo de ideas; todas alejadas de la tarea que deseamos cumplir. Desahogar estas ensoñaciones en una hoja de papel es una manera.

Qué sería de nosotros sin una mente dispersa.

Concentrarse durante el transcurso de una conversación es complejo, todo un arte. Tu disposición a escuchar atento está en constante ataque del insecto revoltoso que pica nuestro ego para interrumpir y anticipar nuestra opinión o contra opinión. El narciso es un molesto griego que se hospedó hace miles de años en nuestro cerebro, es fiestero y ruidoso.

Hay conversaciones que son interesantes sobre cualquier tema. No tenemos que ser tan exigentes. El problema es que son escasas. La mayoría de las personas hablamos para llenar el incómodo silencio. Incluso, apuramos las palabras antes de que completen el recorrido del aparato digestivo mental. Estas conversaciones son las que más ruido despiertan en la cabeza. Llenas de realidades alternas, críticas destructivas, opiniones banales. Ofrecen todo con certezas para cubrir el pánico de la ignorancia.

Aquí es cuando el silencio se vuelve un arte y muchas veces no queda otra que fortalecerlo con un vaso de whisky y/o cerveza.

Existe algo llamado Idea. Esa manifestación mental que nace en el silencio. Pero escapa en el ruido. Como ardilla ansiosa, huye, saltando de rama en rama, hasta alejarse tanto que se transforma en un objeto irreconocible.

Aquí es donde se extraña y se anhela al silencio. Al intentar atrapar a ese roedor de árboles. Para reconocer la calidad de una idea, es necesario seguirla hasta su culminación. Y esto es encontrar en el camino sus fallas y sus soluciones. Solamente en ese momento podemos decidir si la idea es buena o mala, de lo contrario, sería tan solo una ocurrencia.

Las personas prefieren las ocurrencias sobre las ideas por el simple hecho de que les molesta el silencio.; es ahí, donde se construye una idea. Mucho antes de que Narciso fuera huésped de nuestras cabezas, llegó para quedarse, el apático Adán. A este no le gusta trabajar y envidia a aquel que trabaja en silencio. Lo humilla e interrumpe constantemente. Lo señala como a un grosero por no saber convivir.

El menosprecio por las ideas se alimenta de la ignorancia y el miedo. Aquellos que deciden vivir en silencio, aprenden a ignorar a su alrededor. Prefieren el trabajo de la imaginación sobre todas las cosas.

Ninguna persona callada es una persona solitaria. En cambio, el que celebra al escándalo es una persona triste.

Tenemos que aprender a lidiar con la incertidumbre y el ruido que no da tregua para escuchar lo que vive dentro de nuestras mentes.

El silencio no es soledad, es fiesta.

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