Eran las reuniones después de días llenos de euforia; vaciábamos la cabeza para generar ideas que cambiarían nuestras vidas. Proyectos salvajes hechos con el estómago, sin reglas, a nuestra manera, con los que imaginábamos cambiar al mundo. Las copas, la música, el ego, encendía nuestras inocentes cabezas sin los estorbosos de la realidad.
Ahí mismo, esos sueños los convertía en planes aparentemente posibles. Yo así lo creía. En la sobriedad del día siguiente, lo primero que hacía era asentar esos sueños en libretas para integrarlos a la lógica de la realidad. En primer orden, aparecían sin sentido, no importaba, lo primero era sacarlos al mundo real. Luego los desmenuzaba para integrarlos y saber por dónde comenzar. Una especie de mapa.
Aunque ya en papel los sueños parecían posibles, al día siguiente, en las reuniones con mis amigos que los originaron, las probabilidades de que se realizaran desaparecían. La euforia ahora era amargura y derrotismo. Eran pájaros que soñaron volar alto, pero quedaron atrapados en la jaula de la rutina; de lo seguro. Al mirar cómo se refugiaban en sus jaulas, invadía un sentimiento de culpabilidad a mi alma inocente. A pesar de esto, en las subsecuentes reuniones volvía a caer en el juego de los sueños de fuga para que, uno o dos días después, esas ensoñaciones terminaran tiradas al piso de nueva cuenta.
Sufrimos la cruda realidad del día siguiente por varios factores, certezas en nuestra cabeza, como por ejemplo la familia, el empleo o el estatus. Son frenos proporcionales a la edad del emprendedor. Pero comprensibles. Sin embargo, el principal factor que derrumbaba a esas aves contempladoras es la falta de voluntad. Quizá si en realidad quisieran cumplir con una parte de los sueños, encontrarían la forma.
Pero esa falta de voluntad se presentaba en forma de pretextos y excusas. Cuando se está en el tinglado ardiente, es fácil soñar sin tomar en cuenta el mundo de la realidad. Sólo se trata de vaciar la cabeza de ilusiones. Y las creemos posibles, porque otros lo han logrado. En esos instantes de alegría, sólo encontramos o ponemos ejemplos que confirman nuestros sueños al citar o hablar de los soñadores que lo lograron. No tomamos en cuenta que el camino que recorrieron está cubierto por una loseta de fracasos de los que no alcanzaron sus metas. Ese recuerdo viene en la cruda.
Pero esas excusas cubren el hecho de que para alcanzar nuestras fantasías se requiere trabajo, esfuerzo y sacrificio y, a pesar de dar el 100 %, no se asegura nada. Ahí es donde la mayoría deserta. Otra gran parte abandona el recorrido cuando la cuesta se empina más de lo que se pensaba y otra deserta cuando comienza el descenso. La famosa campana de Gauss. Todo esto es por el engaño de que las cosas suceden por obra y gracia del Señor. Una vez escuché a alguien quejarse de su fracaso como si el mundo le debiera algo.
No juzgué, como a la fecha no lo hago, las razones para poner al frente esos factores de certeza o la falta de voluntad. Cada persona de este mundo vive su propio infierno. Pero esos planes dependían de la colaboración de muchas personas y por eso, en ocasiones, ni se iniciaron. En la mayoría, lo que creo yo que faltaba, era un líder. En lo personal, soy un mal líder y un pésimo motivador. Para mí, la simple motivación personal de un individuo por alcanzar sus sueños, es suficiente. Esa misma persona, si habla en serio sobre alcanzar un objetivo, lo hace sopesando que tendrá que enfrentar a los conflictos internos y a la resistencia en el vuelo. ¿Qué más motivación se necesita que el cumplir con una meta personal? Esa incomprensión de mi parte me lleva a la intolerancia que es lo que impide mis capacidades de liderazgo.
Todo este abatimiento sirvió para conocer mis debilidades y adoptar mis sueños que deseaba alcanzar y desechar, los que nacían de la alegría de un momento grupal. El principal es escribir. Lo hice sin detenerme a pensar y, a pesar, de todos esos discursos desalentadores que enlistaban los contras. Lo que me ha ayudado en el camino fue no tomar esas advertencias que se me dieron con cariño como consejos provenientes de personas fracasadas o miedosas. Cada una la evalué en mi cabeza. Esto facilitó mi recorrido al reafirmar mis convicciones y en algunos casos sirvieron como guía. Por ejemplo, una de estas fue la de hacerme consciente de que es un mínimo porcentaje de personas en el mundo que viven de escribir. Lo cual, a la edad que comencé, reducía aún más este espectro.
Al comprender este aviso, escapé de la trampa que tumba a muchos escritores a medio recorrido: vender mi arte para sobrevivir. Así que mi primer paso fue hacer la promesa de que nunca le pediría a mi arte que pagara mis cuentas. Fui claro con mis necesidades y supe a qué me atenía. Así, sin engaños, construí mi vida lo más austera posible. Es fácil decirlo, pero tenía que estar convencido y ser consciente de que a partir de ese momento viviría a merced de la incertidumbre.
A la postre, la decisión rindió frutos positivos. No había vuelta atrás y, a mi edad, ya no hay empleos disponibles para una persona con pocas habilidades y con un carácter de aislamiento. Lo único por hacer era escribir y publicar.
Todo fue acertado; hace un año, publiqué mi primera novela, Nunca es suficiente, y esta semana se publica la segunda Tu tanta falta de querer. Todo, mientras trabajo en un nuevo libro.
Claro que no lo hice solo. Tengo el apoyo de mi pareja, su familia y de mi familia. No hablo de lo económico, aprendí a rascarme con mis propias uñas. Ni del cliché del apoyo emocional. Hablo de las conversaciones que sirven de base para cumplir mis sueños. También, su compañía y, el saber que cuento con ellos, me dan la seguridad para seguir adelante. Mi pareja es quien, además de lo dicho antes, me ayuda con la edición y los diseños de portada. Es una ventaja de vivir con un artista plástico que además es cómplice de las mismas ideas y sueños de producir un arte salvaje y sensual.
Los que sí me acompañan en todo el recorrido son la Pandilla Salvaje. Para mí, nunca han sido mascotas o perrhijos como ahora se les llama. Son mis compañeros de trayecto y los guías que me ayudan desde la concepción de las ideas hasta el desarrollo. Están en todo momento a mis pies, atentos a los trazos de la pluma y al sonido de las teclas.
