El camino rápido que no llega a ningún lado
Las discusiones sobre cualquier asunto son cosa de todos los días. Nada de lo que nos rodea funciona para nuestra comodidad. A cualquier punto cardinal que miremos, nos topamos con una cabeza llena de una perspectiva del mundo diferente a la nuestra. Aunque algunos puntos de vista, en la superficie, parecen similares, las llamas del infierno se desatan cuando intentan llegar a la esencia de un asunto.
Por eso hay que conformarnos con la superficie, o primera capa, de las opiniones. Lo cómodo y correcto, es callar o guardar silencio como es debido. Hay que ser decoroso con los invitados, amigos; hay que ser un buen anfitrión. La civilización y el progreso perpetua las grandes ideas, tradiciones y costumbres de una sociedad que tiene la voluntad de encontrar ofensas. No nos preocupemos por la falta de groserías: lo que hoy no te ofende, mañana lo hará.
Tenemos que fortalecer a la resistencia que nos defiende de las opiniones que desafían nuestras creencias. Aunque hay temas en los que es correcto externar nuestro punto de vista. Sobre todo en esos que sirven a la crítica de lo moral. Esos que externan ideas inquisidoras que nos obligan a cuestionar nuestro entorno. ¿Quién necesita ir a esos lares?
Las personas decentes saben rodearse de individuos que aplauden sus ideologías y aceptan, sin chistar, sus guías para llevar una vida correcta. Estos estoicos, capaces de sentarse y disfrutar, de ver consumir el fuego a la casa de su vecino, aunque las llamas alcancen la propia, son los héroes silenciosos que vigilan de cerca lo que entra por nuestros sentidos. Alertas a la visión de una sociedad contemporánea y su filosofía de vida, que lo único que dan a los sedientos indecisos son tragos amargos de arte y cultura. A estos simpatías, los decentes están obligados a callar. Se ven orillados a interrumpir las arduas labores que conlleva una vida de productividad y formación de nuevos estetas para interrumpir la amenaza extravagante de aquellos que osan a mostrar el lado oscuro de la luna.
Ahí van con sus gestos simpáticos y comportamientos extravagantes que les dan la apariencia de ser intolerantes a las contradicciones. Pero nada está más lejos de la verdad. Tienen el talento para tomar esas contradicciones y hacer negocio con ellas. La lógica y la razón de sus acciones se sustentan en ofrecer una libertad para expresarse. Entonces, bañan de luz el camino de los que aman las certezas, pero se encuentran en una jungla de incertidumbres. Como salvajes incivilizados.
Los holgazanes que contemplan y viven libres de las cadenas del tiempo sólo saben burlarse de los gestos —que en apariencia contienen una flatulencia—, como herramientas del silencio. Debaten a las ideas que circundan el tema central para evitar la responsabilidad y el compromiso que se entrelazan a la opinión propia. ¿Por qué perder el tiempo con un ignorante sin cultura?
La mejor forma de emplear el tiempo es trabajando —cada segundo cuenta—, para generar ganancias y ser una utilidad para la humanidad. El éxito se mide según las distintas formas que tenemos para gastar nuestro dinero. Entre más viajes y adquisiciones que se puedan obtener para mostrar en las redes sociales, mejor estatus se tiene para señalar. Todos podemos afirmar, que, sólo un triunfador de la vida puede obtener lujos, placeres y puede disponer de su tiempo como le venga en gana sin rendir cuentas a nadie.
Para alcanzar estos placeres no se necesita leer, eso es de holgazanes que no saben invertir su tiempo. Al arte se dedica el apático que cree que con críticas se avanza en la vida. Es la falacia eterna de que al apreciar fortalecemos el análisis y el pensamiento crítico, instrumentos innecesarios en una vida productiva. Las nuevas tecnologías se crearon para darnos herramientas que nos guíen a una vida digna de presumirse en nuestros círculos sociales. La tecnología, no sólo registra y comparte de nuestras actividades para facilitar nuestra convivencia. También es una prueba de nuestra existencia. Cuando la libramos de los candados, nos ayuda a decidir en dónde poner nuestros centavos, y así, poder pensar en cosas más importantes.
La digitalización de nuestra comuna, además de enseñarnos a aprovechar cada minuto, nos muestra las opiniones e ideas que coinciden con la vida que decidimos llevar. Evalúa todos esos perfiles mentirosos que navegan sin filtro por el wifi para poner en nuestra bandeja de entrada las palabras e imágenes de un mundo acorde con nuestros sueños.
Las nuevas tablas del Sim introvertido, vestido con toga digital, dictan los nuevos parámetros morales de comportamiento y comunicación. Su búsqueda de seguidores no es a través de la autenticidad, sino que por medio de la lástima y, desde las alturas de su holgazanería, señala los tropiezos de carácter de las personas. Este cobarde, con paciencia y alimentando a las huestes con las nuevas normas, se infiltra en nuestras mentes para hacernos dudar de nuestro comportamiento.
Un comportamiento que se toleraba por los medios de comunicación que andaban sin correa. En cambio, la norma moderna abriga a las huestes inseguras, perdidas en el laberinto de la vida fuera del wifi, que, ansiosas, toman unos minutos de su valioso tiempo para compartir sus impresiones. Agradecemos a los digitalizados que nos abren los ojos a nuevas tierras. A los jardines en los que no existe envidia. La posibilidad de un nuevo mundo de caras sonrientes y discursos amables se presenta ante nosotros.
Pero es necesaria la ayuda de la burocracia y los políticos para alcanzar la producción en masa de una especie sin la incómoda diversidad y la singularidad. Políticos en posiciones clave, seleccionados a imagen y semejanza de los pocos votantes que se niegan a dejar el futuro del Estado en las graciosas manos de una masa corrupta. Al final, esos políticos son los que reconocen el valor del dinero y los valores y principios que provienen de la familia. Alaban al oro y tienen el olfato para hacer callar a los que se interponen en las metas de los grandes inversionistas; el alma de un país en desarrollo.
El nuevo modelo estándar no necesitará del molesto debatir de ideas; la discusión existirá en la PC, el celular o la tableta, donde a la mano se puede consultar las formas de cancelar a la opinión que está fuera de lugar. Éste también sabrá apreciar al arte, no con los impredecibles sentidos. Lo hará con la cabeza al emplear las herramientas de la razón y la lógica. Sabrá de memoria las normas y parámetros de los críticos y académicos que compartirán sus observaciones sobre cuáles son las formas que promuevan los valores de la nueva sociedad.
Soñemos con este nuevo mundo en el que desde niños el wifi dará las opciones, con sus características y señalizaciones, de los perfiles. La aventura de debatir para formar nuestro carácter no debería de ser un viaje de ida al subsuelo. Y, que para exponer nuestros argumentos, sea necesario revolcarnos en un lodo de mierda. En un lugar donde todos nos evitemos y podamos dar la espalda a lo que nos contradice, ¿por qué habría debates? Todos seríamos felices.
Otro logro que podría alcanzar esta sociedad del futuro, sería la erradicación de la censura. Todos podríamos hablar sin tapujos de los temas provenientes de los congresos políticos. Las conversaciones serían simples al pensar todos igual, después de alcanzar una equidad que no necesite de etiquetas para diferenciarnos.
Esa sociedad futurista está en el horizonte. Parece lejano, pero avanzamos, paso a paso, cuando contenemos el impulso salvaje de nuestra cabeza por hablar sin filtros sobre aquello que a la mayoría hace sentir incómodo. Cuando alcancemos la meta, no será gracias a esas personas que perdieron el tiempo en leer y cuestionar lo que los políticos decidieron hacer. Esos funcionarios públicos, escogidos a mano, por la élite de decentes triunfadores que, al pensar en los sufrimientos y luchas de la gente, les arrebató el peso de decidir y confrontar sus ideas.
Aunque la visión de estos hombres será la que nos lleve a la tierra prometida, no lo van solos. Las masas, hartas de que se les cargue la responsabilidad de sus destinos, ponen su fe en estos salvadores. Sin sumirse en las profundidades de la mente, invierten al adquirir los consumos que estos empresarios ofrecen, para aliviar sus vidas. Consumos sin los que la libre expresión sería imposible de alcanzar, pues, no habría aparatos con los cuales opinar y agradecer la fortuna de vivir.
Valoremos el gran esfuerzo que la política y los empresarios hacen para limpiar el internet. En sus inicios habitaban salvajes que compartían opiniones que, antes, sólo en cantinas, se escuchaban. La gente escribía sin filtros. Los diseños de los sitios web eran aburridos y simples; los creadores únicamente se preocupaban por el contenido sin esforzarse en un diseño atractivo y vivaz. Además, nada se podía comprar. En un principio, lo único que se obtenía con wifi era información y letras de escritores frustrados. Pero la humanidad progresó y civilizó al internet y su contenido. En la actualidad, es una herramienta que decide a velocidades extraordinarias lo que quiero ver y leer mientras pido una pizza, veo mi correo y planeo mi próxima reunión de viejos compañeros de maternal.
