No te detengas

¿Por qué tardamos tanto en publicar una novela? En mis andares he topado con muchos escritores independientes que tardan en publicar o aún ni siquiera lo hacen. Las respuestas más comunes están relacionadas con la falta de tiempo para escribir, por no encontrar una editorial y porque aún corrigen la novela para quedar perfecta.

La primera razón la respondo con otra pregunta: ¿Quién tiene tiempo para escribir? El escritor independiente tiene que robar esas horas. A menos que sea un millonario ocioso, es imposible apartar unas horas al día para llevar a cabo una tarea personal que no genera dinero y que a nadie le importa si se hace o no. Escribir una novela es un acto hecho en la soledad durante cualquier minuto que se le pueda robar al día. Pienso que, si la excusa del escritor es el tiempo, debería buscar en otros lados la expresión de su alma.

Las respuestas a la segunda razón no son tan sencillas. Pero en la actualidad la excusa sirve para reafirmar los motivos que nos llevan a escribir una novela. Las ventajas de una editorial convencional son varias. La popular descansa en el mecanismo de promoción para hacer llegar la voz del autor a todos los rincones. Alguien, alguna vez, dijo que publicar en una editorial convencional es la validación de que la novela es un buen producto. Desde siempre, esta afirmación la pongo en tela de juicio. Es cierto, sus conocimientos y herramientas sirven para reconocer el trabajo de un buen escritor según reglas y convenciones. Otras veces los editores se topan con voces únicas que rompen las reglas. Pero es más común ver un eclipse solar que un autor que revolucione las letras.

Están, por supuesto, los escritores comerciales que escriben best sellers. Esto no es referente a un buen escritor. Tiene más que ver con el gusto del público; aunque existen históricas excepciones, estos escritores trabajan para complacer un mercado. Las editoriales convencionales son un negocio. Tienen empleados y tienen metas comerciales que les sirven para subsistir. No se pueden dar el lujo de imprimir todos los libros que aparecen en sus escritorios. Incluso, muchas veces dejan de lado a escritores reconocidos con obra nueva por no cumplir las probabilidades comerciales que justifiquen la publicación de la obra.

Otro aspecto de que las editoriales no sirven de validación para diferenciar entre un buen escrito y uno malo es el uso de escritores fantasmas. Estos escritores se usan en algunas ocasiones para escribir las historias, biografías y demás sucesos de personas populares. Un buen amigo, que además es buen escritor, fue rechazado por su editorial para publicar su última novela. «Demasiado personal y sin interés», dijeron. Pero para pagar las cuentas le ofrecieron corregir y reescribir la biografía de un influencer. Todos tenemos que pagar la renta. Estas fronteras que las editoriales comerciales se vieron obligadas a cruzar afectan a los varios —clásicos, viejos y nuevos— autores de sus catálogos.

La razón del perfeccionamiento es la más absurda. Surge esta por la voz que todo escritor escucha al escribir: la voz de la inseguridad. El autor, al publicar, desea que sus novelas sean leídas y discutidas para alcanzar el reconocimiento, tanto de sus pares como del público. Por desgracia, cada año se reduce el número de personas que leen por placer y que desean aventurarse con leer a un autor recién salido del horno. Mucho del problema es por los temas populares de la actualidad. Esto no es algo nuevo. Siempre hay tópicos que dominan una época. El escritor habla de lo que vive y mira a su alrededor. Es la forma como se tratan estos argumentos. El problema es cuando ven desde fuera estos tópicos para juzgarlos o utilizan personajes clichés, forzándolos a ser los protagonistas de sus historias. Esto hace que se pierda la naturalidad de la narrativa. El público lector sabe reconocer cuando un autor es falso. Forzar el flujo de una historia para adaptarse a las demandas del mercado es falso.

Para mí, la respuesta es siempre la misma: publicar a pesar de todo. En la actualidad es posible hacerlo bajo términos propios. Sin los filtros comerciales, si así se desea. La única responsabilidad es publicar una obra sincera.

El público es quien ostenta el poder y quien tiene la última palabra. Ahora mismo existe la amenaza constante de la inteligencia artificial. Con la ayuda de esta herramienta se puede publicar con la perfección de un Dickens, Rulfo o Faulkner. Lo que no se puede hacer es replicar la perspectiva humana. Eso es único. Por suerte, el espíritu humano es tan imperfecto y tan lleno de incertidumbre que es posible que sólo él mismo sea el que la produzca en todo el universo. La IA no va a cambiar el papel del escritor, va a cambiar la manera en que el lector decide qué leer. Al principio, seguro quedará fascinado, como lo hacemos con cualquier tecnología nueva. Pero con el paso del tiempo volverá a lo imperfecto e irracional. Eso es lo que somos. Lo perfecto, después de un tiempo, nos aburre porque carece de alma.

Para los ciudadanos de los territorios hispanos, ya vivimos una época en la que la cultura se comercializó, inclinando la balanza de un solo lado: de lo conservador. En algunas partes, el gobierno intentó balancear las cosas. Pero después de los eventos juveniles de los años sesenta del siglo pasado, golpes de Estado, revueltas campesinas… cada país tiene sus razones; por las mismas épocas, el apoyo incondicional y sin filtros acabó. En el tiempo posterior, muchos artistas, junto con su obra, quedaron en el olvido. Pero eso no los detuvo; al contrario, aumentaron su producción para invadir cualquier espacio que se lo permitiera.

Si esas voces hubiesen callado por apatía o por derrotismo, es muy probable que en la actualidad no supiéramos cómo mostrar inconformidad a través de nuestro arte. El estancamiento se debería más a ignorancia que a cobardía. Todos estaríamos acostumbrados a lo que hay y los inconformes callarían. En cuanto a ser parte de una sociedad, esa sería una grave consecuencia, quedarse callados.

No hay una verdadera excusa para no publicar. Los críticos, los conocedores y los académicos hacen análisis retrospectivo. Lo cual es una falacia. Son personas que no tienen algo mejor que hacer.

Lo que quiero decir con todo esto es: no te detengas. Si eres sincero, escribe y publica esa novela que ronda en tu cabeza. Son aproximadamente 580 millones de personas las que hablan español en todo el mundo. Saturemos el mercado de libros y confiemos en que estos encontrarán una biblioteca.

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