Durabilidad

El vacío de una hoja blanca parece extenderse más allá de sus bordes. Cuando escribes, todo a tu alrededor desaparece; quedas en un espacio en el que no puedes determinar tu posición. Escribes para escapar. Decoras el espacio con todo tipo de imágenes que brotan en tu cabeza. Pones una silla aquí, otra allá, un par de personas conversan; una de ellas lleva un perro que está a sus pies.

Estas posibles habitaciones se construyen con palabras robadas. No sabemos exactamente a quién. Son palabras que recuerdas de Cuevas, Auster, Wolf, Joyce, Beckett, Saramago, por mencionar a los que me llegan a la cabeza ahora. Como sus palabras dentro de un enunciado despertaron una emoción, un momento, un recuerdo que arma mi propia habitación.

El ejercicio es cansado. Cada vez que se inicia es igual, por eso uno es celoso de sus hábitos y rutinas, pero extrañamente no siempre es el mismo espacio el que se arma. Ni a las mismas emociones que se evocan. Es extenuante el trabajo del escritor. Es una historia que nunca termina. Cada novela, cada cuento, cada poema, son capítulos de la extensa obra de un autor, unidos por ensayos e ideas pasajeras. Quien en la escritura encuentra la libertad, la sinceridad de vivir, nunca vuelve a otra cosa. Se convierte en una necesidad más importante que respirar o comer. Es un romance turbio del que, cuando quedas entre los brazos de las letras, nunca escapas.

Lo intentas todo para mantener el flujo de ideas. Sin embargo, hay días en los que la mente está tan vacía como la hoja en blanco frente a los ojos. Y, a pesar de ello, te sientas a escribir. Es la diferencia entre el profesional que goza de las letras y el aficionado que escribe cuando la inspiración y las condiciones son las adecuadas. La imagen del escritor, sentado al escritorio en un estudio de vitrales con vista a una montaña nevada, es un mito que alimenta el cine y la televisión. El oficio arrincona a la soledad. A veces el navegante pasa el día entero en pijama con un libro en manos sin el deseo de ver a nadie. Si hay algo real en el mito del escritor, es la soledad en la que trabaja.

La regla de las tres P: Paciencia, Persistencia y Perseverancia. No existe una jerarquía entre ellas, viven entrelazadas y dependen entre sí de su correcta función.

Es de la persistencia de la que hecha mano el escritor cuando aparecen los fantasmas del tedio, de la frustración o del cansancio. Es la que le manda a sentarse frente a la hoja, aunque no tenga nada que decir. Lo empuja a escribir una línea. Pero la cabeza a veces es testaruda y se pone dura como una roca y lo único que desea es tener algún tipo de satisfacción banal y simple. Todo con tal de no pensar. La pluma debe de perseverar en la batalla; cualquier desliz y lo que se inicia como una distracción de unos cuantos minutos, vence. En un abrir y cerrar de ojos, las horas pasan, días, y hasta semanas. Es una batalla contra uno mismo.

Pero esta batalla es contra el miedo. Miedo a exponerse a la voracidad de los críticos; miedo a que a nadie le importen tus escritos; miedo a tener la suerte de tu lado y convertirte en éxito. Todos tenemos miedo, pero solamente el cobarde es el que se deja dominar y evita la batalla.

Sentarse en la soledad de un cuarto vacío a pensar es un ejercicio cargado de reflexiones que, cuando le sueltas la correa, te hunde en dudas. La más tediosa es la búsqueda de perfección por miedo a la exposición. Aguijonea el ego hasta desangrarse. Aunque el escritor lucha por escapar de la idea de escribir por aprobación, la dinámica social lo trae de regreso a la simulación. Como el niño que a punto de salir a la calle recibe el llamado a gritos de su madre que lo detiene y regresa.

La aventura de escribir es mostrar que existen otras perspectivas. No tiene la intención de convencer a nadie, su motivación es compartir una experiencia que navega por bits en busca de otros que compartan el mismo oleaje.

Lo contrario son las letras que marchan al tambor de las tendencias para formar personas de un mismo molde con similar pensar. Es la complicación de escribir sin tener un propósito o sin tener nada que mostrar o de algo para hablar. Repetir para conseguir espectadores, es con lo que se tortura a la democracia de las letras.

Para sobrevivir al mundo de los caracteres se necesita valor para aventurarse en los cuartos vacíos de la imaginación y decorarlos con las experiencias propias. Pero no todos sobreviven a la experiencia, corren detrás de una satisfacción que está fuera de su alcance. La quieren alcanzar sin saber soportar la soledad de la búsqueda de palabras que expresen las emociones del autor. Es la dinámica de la vida.

La disciplina del autor que se reconoce, es su capacidad de estar sentado en contemplación. En apariencia sin hacer nada, aunque en su mente tenga un juego entre ideas contradictorias. Para el escritor profesional no son los espacios predispuestos para la inspiración lo que empuja a su pluma. Es la persistencia en hacer su trabajo día tras día. A través de sus letras, no solo vive, sino que también permite que otros vivan sus propias experiencias.

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