Leer: la inversión del futuro.

A pesar de que en Latinoamérica el analfabetismo se reduce a niveles mínimos año con año, en los últimos 20 años, la cantidad de libros leídos por persona está a la baja. Existen montones de publicaciones, en redes sociales, miles de aforismos para motivar a la lectura.

Leemos todo el día: internet, correos electrónicos, subtítulos de películas, periódicos, blogs, revistas, redes sociales, anuncios publicitarios… formas de lectura no nos faltan. El problema es la calidad de nuestra atención al leer, y la calidad de lo que leemos.

Los libros, por ejemplo, cuando los disfrutamos, aprendemos a través del diálogo con el autor. Generamos preguntas que afinan nuestro marco de referencia de la vida; observamos y cuestionamos profundamente. La solución práctica, ya no es suficiente, para una mente inquisidora.

Cada vez que leemos, entablamos un diálogo con el autor. No importa cuáles sean sus motivos para escribir; si leemos con mente abierta, podemos descubrirlos. No hay límites para la escritura, ya que la imaginación del lector es infinita. Las fronteras solo las imponemos nosotros mismos.

Leer, más que un ejercicio, es un goce. En promedio, treinta minutos al día de lectura, son 10 páginas. Convivir, y conversar, media hora al día con el Quijote, con los pasajeros del Pequod, con Catherine Earnshaw, con Isabel Moncada. Escuchar el diálogo interno de Hamlet, o cuestionar la sabiduría del avaro, son las grandes oportunidades que nos ofrecen las letras.

Bastan tres minutos para leer una noticia sobre política o, acerca de los grandes males que nos aquejan. Incomprensible, de porque la gente se apasiona tanto, sobre lo que otros dicen, en referencia a lo que en carne propia se vive. Si estás en la posibilidad de evitar estás opiniones, huecas y miserables, hazlo. Cambia ese punto de vista, triste y gris, por el propio que se forma al leer con profundidad y atención. Verás que luego de unas cuantas líneas, lo que te rodea, tomará un color distinto; mirarás todo más limpio.

¿Por qué preferimos las inútiles y rasposas palabras de opinólogos, sobre las dulces melodías del poeta? Si aramos nuestra imaginación con esas semillas rasposas, si discutimos esas palabras llenas de mercantilismo, nuestro espíritu florecerá como hierba mala, producto de ese principio. Un poema de Rilke o de Sor Juana, está lleno de más preguntas, y sabiduría que miles de noticias al día. El poema alimenta, construye, nos da las herramientas para integrarnos al universo.

La relojería de las letras, está obligada a hacernos reflexionar, y cuestionar. Por esto, el relojero tiene la obligación de ser auténtico; mostrarse tal como es al lector. La calidad de su engrané, determinará, no solamente, la calidez de su alma, sino la naturaleza de sus lectores.

Todo se reduce a una decisión: la cualidad de palabras con las que deseamos alimentar a nuestro espíritu.

Nuestra insistencia por ser más inteligentes.

La manera para medir la inteligencia de una persona depende de su capacidad y rapidez para tomar decisiones. Alguien que puede manejar dos conceptos contrarios en su mente, evaluar los datos, y decidir por la mejor opción según las probabilidades, es una persona inteligente.

Todos los días nos enfrentamos a una decena de decisiones en el día. Estas no discriminan: clase social, sexo, género o la filosofía religiosa que profesemos. Cada persona tiene que enfrentar el problema de escoger, al menos, de entre dos opciones.

Cuando perfeccionamos la producción en serie, durante años, consideramos el multitasking como una característica de inteligencia. Aun en nuestros días, alguien que puede hacer malabares con las tareas, se dice que es alguien productivo.

La industria tecnológica ha explotado el término de “inteligencia” para fomentar el consumo de lo absurdo.

Es tan constante el bombardeo y la crítica, que nos cuesta trabajo, detenernos a pensar en aquello que adquirimos para llevar a un nivel arriba nuestra productividad.

Lo cierto es que, cada actualización de las aplicaciones de los aparatos eléctricos, nos complica la toma de decisiones. La curva de aprendizaje de las herramientas “inteligentes” nos agota para encontrar la solución más sencilla para resolver y atacar los problemas del día a día.

Antes, para tomar una simple nota, solo necesitábamos de un lápiz y cualquier pedazo de papel a la mano. Hoy, las aplicaciones para tomar notas, las que pomposamente se publicitan como una segunda mente (Second Brain), hacen la labor más complicada. Esto se debe a que entre más complejo hacemos un trabajo, más la ilusión de ser productivos. Ese la nueva adicción.

Así como el multitasking mostró, que cuando se hacen distintas tareas a la vez, se desperdicia el tiempo y da resultados mediocres, los nuevos sistemas “inteligentes” enseñan a no pensar. Simulamos ser inteligentes.

El engaño funciona, porque nuestra mente está en constante movimiento. Busca cómo entretenerse. Las personas que tienen aversión a resolver problemas, miedo a la incertidumbre, evitan a cualquier costo reflexionar y cuestionar sus verdades. Acostumbran a cubrir el vacío con chismes, navegar por redes sociales, hacer señalamientos, o elaborar planes con sus aparatos “inteligentes”. En lugar de generar ideas, gestan dramas sobre asuntos cotidianos, generalizan y complican la solución de asuntos ajenos.

En sí, todo ser vivo tiene un tipo de inteligencia. Llamarnos más inteligentes o menos inteligentes que otro, es tonto, o estúpido en algunos casos. Lo que sí nos diferencia, son nuestras capacidades para, enfocarnos, atender problemas, tomar desiciones. El resultado de estas, no nos hace tampoco tontos o sabios, ya que no tenemos ningún control sobre estos.

Los sistemas “inteligentes” ayudan a evaluar las probabilidades de éxito de una decisión. Si las aplicaciones que nos ofrecen una segunda mente, o un segundo cerebro, dieran los resultados que prometen, el mundo tendría a varios Isaac Newton por las calles. Las nuevas aplicaciones generan más ruido que soluciones sencillas.

Decidimos estar informados

La llamada era de la información, también conocida como la de la desinformación, no es la una o la otra.

La información siempre ha estado alcance de todos. La única presunción de la era moderna es que podemos acceder a esta de manera inmediata. Un celular te arroja cualquier definición de una palabra en todos los idiomas que existen en el mundo. A la mano está la resolución de cualquier duda. Las discusiones, o diferencias en una debate, se terminan con un simple desplazar de los dedos.

Las llamadas Fake news—paparrucha—, son de todas las épocas y eras. Son las herramientas del oportunista, vendedor, chismoso, estafador. Son los que dicen las verdades a medias; incompletas y llena de supuestos.

A pesar de la facilidad para investigar, acceder a la información, desmentir, o aclarar, vamos por ahí, propagando mentiras, defendiéndolas por nuestra cobardía para reconocer cuando estamos equivocados. La dificultad de asumir las consecuencias que produce el creer, sin confirmar, una mala información.

Cada año que llega la época de huracanes, tornados, lluvias, frentes fríos, nos burlamos —o disfrutamos—, de que el clima, popularmente, lo anuncié una mujer con vestido sugerente. Ponemos atención a las pseudo-meteorólogos de vestidos entallados, a pesar de existir, en nuestras propias manos, un instrumento que nos permite ver la información de profesionales; científicos que estudian el clima y los cambios atmosféricos. Dan pronósticos y advertencias.

Todo se reduce a una decisión propia: lo que deseamos pensar. Esa decisión es la que nos coloca en una situación vulnerable o ventajosa; esa es nuestra responsabilidad y debemos asumir las consecuencias, no únicamente cuando estas estén a nuestro favor, sino también cuando están en contra.

Back to Top
en_USEnglish
%d bloggers like this: