Más vale un día como león que cien como oveja

Evaluamos a nuestros políticos con valores equívocos. La pregunta que nos hacemos: ¿Cuál es el mejor presidente, senador, diputado? Es la forma incorrecta.

La pregunta para calificar a un político debería de ser: ¿Qué tipo de ciudadanos hubo en el momento de que el político a evaluar administró? Estos son los que permitieron los atropellos a los derechos, los abusos y todo eso que nos aqueja cuando evaluamos el desempeño de un gobierno que ha jodido al país.

El lenguaje del político está hecho a base de mentiras. Se ve mal desde una perspectiva moral. Lo cierto, es que un político para sobrevivir tiene que mentir, es parte del trabajo. El ciudadano necesita de la mitología y de la superstición para no sentirse indefenso ante el caos.

Los reinados fueron derrocados por las personas, justo porque los monarcas abusaron de la inocencia y fantasía de los ciudadanos a los que servían. Un rey existía para servir a su pueblo.

Es trágico observar de cómo dejamos de cuestionar las decisiones políticas para sostener los mitos y las fantasías que nos dicen. Para no aceptar que nos equivocamos. No digo que los mitos y las mentiras deban de dejar de existir, cada quien se dice las mentiras que desea. Lo que digo es vivir con las mentiras que otro dice es una especie de esclavitud.

Por lo menos deberíamos de asumir las consecuencias de las mentiras que nos creemos. En lugar de evaluar a un político si este fue bueno o malo. Evaluemos a los ciudadanos que le dieron un cheque en blanco al político para actuar de esa manera. Lo cierto es, en una democracia, el Estado actúa para la mayoría. Si esto es cierto, el político no es a quien debería de señalarse. La mayoría disfruta de vivir en los sueños de otras personas.

Pero, cuidado con el discurso de quien se queja de que no es la mayoría quien elige o señala que todo es causa de la corrupción. No se puede desear la democracia y a la vez creer, que como uno vive, deben de vivir los demás.

Todo radica en asumir responsabilidades. La que a cada uno nos corresponde como individuos.

La Paciencia lo Cambia Todo

Todos enfrentamos problemas. Quien afirma no tener ninguno suena a mentiroso. Sin embargo, existen quienes lidian con desafíos que moldean su carácter y arruinan días tranquilos. Otros, al recordarles un asunto pendiente, enumeran las actividades que les impidieron abordarlo. Su principal problema es no saber priorizar sus objetivos.
Hay un vasto mundo de personas que ofrecen consejos para resolver problemas. Todos, con matices diferentes, coinciden en la importancia de la paciencia. Pero, ¿cómo medirla? La paciencia es subjetiva, y su verdadera medida radica en nuestra capacidad de dilatar el tiempo para aplicar una metodología que nos ayude a resolver el problema.
No importa qué metodología elijas, siempre que funcione. Cada quien tiene su propio sistema. Lo fundamental es reconocer que, si queremos cambiar el mundo, debemos aprender a errar. Aferrarse a un método ineficaz es cosa de necios, y los hay en cada esquina.
Al involucrarnos en la solución, nos enfrentamos a la necesidad de tomar decisiones. Nos cuesta aplicar metodologías porque quienes ofrecen consejos suelen hacerlo desde el confort de haber conocido el resultado. Observan un problema cuando ya se ha resuelto y proponen decisiones que llevaron a distintos desenlaces. Los analistas deportivos y los chismosos del espectáculo hacen esto constantemente.
Ningún problema es igual a otro, incluso los subyacentes. Aceptar esto significa entender que cualquier decisión tendrá sus pros y contras. El verdadero resultado solo se conocerá tras la acción.
La paciencia, como hemos visto, es clave en la resolución de problemas. Otro consejo común es permitir que la posible solución madure. Cuando un problema se convierte en dolor de cabeza, a menudo nos cegamos a la solución obvia. Esto sucede porque caemos en un ciclo vicioso. Tómate un descanso; al regresar, verás con claridad esa solución evidente.
Un verdadero descanso no implica sumergirse en el internet revisando correos, mensajes o redes sociales. Eso agota y es una respuesta a la frustración. En su lugar, lee poesía, camina durante veinte minutos o charla sobre un tema trivial con tu pareja, amigo o compañero de trabajo.

La Fragilidad de la Verdad

La necesidad del ser humano de creer en mitos y leyendas nos hace presa fácil del engaño. Crecemos rodeados y llenos de mentiras, las consumimos y las propagamos. Luego, los más reflexivos, pasan toda una vida en busca de la verdad.

Si aceptamos el hecho: somos susceptibles a las mentiras, podemos asumir responsabilidades. Cuando no aceptamos que la mentira camina a un lado de nosotros, no cuestionamos, no despertamos nuestra curiosidad. Y, esto no es algo que surge de un momento a otro, es un ejercicio que se agudiza con la práctica diaria. Al no tener la práctica, somos víctimas de las ideologías, normalmente de otros.

Todo lo que llega a nuestros oídos y ojos debería de atravesar por un filtro de curiosidad. Pero entre más información navega en el aire, más complicada se vuelve la tarea. La información del día de hoy tiene un único objetivo: formar consumidores. Para ello hacen malabares los medios de comunicación; captar nuestra atención.

En el momento en que nos desconectamos y pensamos por un instante en la información que se nos acaba de ofrecer, encontramos la falacia en su estructura. Por eso, no es una opción para los propagadores de información que el usuario se desconecte. Al contrario, es importante para ellos invadirnos de información constante que nos haga estar conectados 24/7. Incluso, mientras dormimos.

La opción de desconectarnos no es sencilla y en muchos casos no presentamos ninguna resistencia. La opción de decidir ya no está en nuestro universo. Todo inicia en el momento en que una persona piensa: soy fuerte, me desconecto cuando lo decido, mi voluntad es de acero. Las nuevas plataformas, sobre todo, las redes sociales, son las constructoras de perfiles y personalidades. Un artista, un científico, un ingeniero, un arquitecto… si es del montón, esto es, no proviene de una familia acomodada, tiene dinero o acceso a impulsores de fama inmediata, necesita de crear un perfil digital y alimentarlo si desea ejercer su oficio. Así mantiene la cadena de información.

El único escape es el mismo desde hace 5 000 años. Pensar por uno mismo, aunque eso signifique violentar las costumbres de la etiqueta que promueven los del buen vivir. No porque de esta manera vaya uno a encontrar verdades —lo aclaro, esas no existen—, pero al menos nos haremos responsables de aquello en lo que deseamos creer como verdad. Quizás eso abra la puerta para regresar al debate y a la conversación. 

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