El científico y la exposición.

El científico artista, para existir, necesita exponer su obra. Su trabajo es interpretar sus miedos, sus dudas, sus angustias; materializarlas en sonidos, trazos, letras, edificaciones, imágenes estáticas y en movimiento. La exposición es la muestra de lo que perturba su alma. Desea expulsar —hacer llover—, y germinar la imaginación del espectador. Limpiar un camino de entre los árboles del bosque de emociones en el que circulamos diariamente.

Las cercas, son la estructura que guía a las personas entre sus árboles, flores, animales. Una cerca que lo diferencia o aparte de aquello que lo hace ver débil; vulnerable ante las dificultades de la vida.

Intentamos ser conscientes de nuestro rededor, pero lo que llamamos realidad, no lo permite. Se presenta como un gigantesco muro que nos desea separar del mundo de los sueños. Hemos construido laberintos seguros, donde aceptar la realidad, es el mapa que nos lleva a la salida.

El científico propone un mapa distinto, el de los sueños; de lo posible; de la probabilidad. La exposición es la difusión de este mapa.

Convertirse en científico significa todo para algunos.

Es fácil pensar en la obviedad del científico y su necesidad de exposición. Sin embargo, existen muchos impulsos de los científicos para exponer. Distintos a los que la obviedad nos dice.

Están los que trabajan para satisfacer su voz interna. Son los que producen por placer. El reconocimiento externo no es lo que los impulsa a trabajar para encontrar una salida del laberinto de sus torturas. Muchos disfrutan vivir ahí. A lo largo de la historia, el ignorante, el hueco, llama a estos: artistas puros. Es fácil engañarse, u opinar, que el que hace arte para sí mismo, mantiene su autenticidad al alejar a su alma de la comercialización, de su visión.

Tiene algo de verdad esto. No obstante, eso no da la pureza o autenticidad a un científico. Lo hace el estar en constante definición de su identidad.

El científico moderno sueña con lograr un impacto social. La necesidad de consumo en la actualidad, dificulta la identidad del artista contemporáneo. Sobre todo en el crítico de la comunidad progresista.

Crítica el comportamiento social, muestra los monstruos comunes en todos. Su obra, por lo general, es adquirida por coonnaisseurs y financiada por la beneficencia y gobiernos. Debido a sus señalamientos, es para un gusto selecto de personas.

Por supuesto, están los científicos que desean reconocimiento. Muchas veces se confunde con un acto de vanidad. La realidad es que el artista intenta liberarse de las cadenas de la comercialización. Busca la libertad que da el vivir de su trabajo. A la vez que desea aportar su visión para crear una mejor sociedad.

También existen otros tipos, por lo general podemos colocarlos en alguno de los tres anteriores grupos.

Exponer es una lucha.

Sin importar el tipo de artista que uno sea, en todos corre por sus venas el Ts’ele, el temor, la duda para exponer.

Esta toma formas extrañas. Su metamorfosis parece ser una verdadera justificación; solo es una excusa. Subterfugios de la mente que justifican el miedo del científico.

Superarlos no son cosa sencilla. Primero, porque esa no es la salida, hay que enfrentarlos; aceptarlos como parte de nuestra naturaleza. Segundo, los miedos, fácilmente se confunden como advertencias. El instinto quiere decirnos algo, pero no es sobre la opción de exponer o no, es protección sobre la incertidumbre. Ese es el tercer pretexto, el nulo control que tenemos sobre los resultados.

El proceso de creación científica, trabaja con el subconsciente y, a pesar de esto, tenemos control sobre su construcción. Todos los pasos del proceso son sometidos a decisiones. De ahí la obsesión por querer controlar los resultados; la aceptación del público. Pero es imposible, es una probabilidad, a lo mucho. Un científico auténtico manipula por medio de las emociones en lugar de los clichés.

Libertad y Valor.

La autenticidad es la aventura de nuestra conciencia. La buscamos día a día; con cada obra deseamos encontrarla. Quizás, sentimos que nos alejamos más de ella. Pero el científico siempre está en su búsqueda. Es una persecución tan longeva como la vida misma del artista.

Por eso desea tanto la libertad, para encontrarse, identificarse. También es valentía para dar unos pasos atrás después de darse cuenta de que tomo un camino erróneo. El avance, no siempre es hacia delante, también retroceder, es una estrategia.

Para eso se necesita valor. La exposición es tan solo un instrumento de medida de su autenticidad y valor para enfrentar a la incertidumbre; al caos. Esa es la responsabilidad del científico, encontrarse para mostrar una perspectiva única, personal.

Conclusiones de la mirada errante.

Como antes he dicho, el científico tiene la responsabilidad de trabajar para encontrar autenticidad. Pero es el público quien al final tiene la obligación de ser curioso. De exigir y exigirse una obra que lo enfrente con sus emociones, sensaciones y creencias.

La exposición para un científico es compleja cuando existe un espectador que no piensa por sí mismo; que necesita validar sus ideas y gustos con las opiniones de connaisseurs. Dudar, sentirse incómodo por estar fuera de la zona de confort, está bien. Es ahí donde se alimenta el espíritu de la aventura; donde las ideas se confrontan.

Estas acciones son las que generan los espacios para emprendedores, científicos que están en el camino de la exploración. Lugares públicos donde se puede deliberar con las personas que se atreven a confrontar con otros sus ideas y perspectivas.


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