Decide ser feliz.

Una de las sonrisas más grandes y orgullosas que he visto en mi vida es la que sucede en reuniones de familiares y amigos cuando en un debate a alguien se le concede la razón. Muchas veces la he llegado a comparar con la risa de un niño al abrir un regalo o cuando se revuelcan en un charco de lodo. Es extraño, pero a las personas les gusta tener la razón, aunque de verdad no la tengan.

Durante un debate hay dos tipos de personas, los que creen que saben y los que saben que no saben. Las personas que piensan saber sobre cualquier tema o asunto los llamo ignorantes. Para mí, un ignorante es alguien que no solamente desconoce sobre un asunto y presume saber sobre este, sino que además, se cierra a la posibilidad de aprender sobre el asunto o ir más allá de lo que su conocimiento abarca. Esta es la peor de las ignorancias, es, retro evolutiva.

En cambio, están las personas que son imaginativas y dudan de sus conocimientos. Vacilan entre lo que saben, nunca llegan a estar seguros al 100 % de sus pruebas. Piensan, ejecutan, fallan, aprenden, ajustan, ejecutan de nuevo, esta es su rutina y es tan finita como su vida. Es un hábito que nace en la mente curiosa.

Nadie quiere ser un ignorante, pero estos, siempre encuentran maneras para quedar envueltos en álgidas discusiones demandando que se les dé la razón. Estos ignorantes se les llama inteligentístas. Muy aburridos, muy intensos, muy molestos e idiotas.

Que exista la discusión y el debate.

El debate existe por varias razones, una de ellas, es para aprender y reafirmar o confrontar nuestros conocimientos. Es la única manera de aprender y reafirmar lo que sabemos. Pero, entre más inteligentístas e ignorantes tengamos frente a nosotros, más complicad el camino para la discusión y la verdad.

Cuando se vive entre personas que no leen; desconocen de arte; tienen aberración a los números; creen en absolutos; las discusiones sé vuelven en falacias. Al estar en este tipo de intersecciones lo mejor es no continuar con el debate.

Pero antes de lanzar nuestro bien planeado, bello y pulido comentario sarcástico para abandonar el debate, tomemos un tiempo para reconocer si el problema somos nosotros. A las personas que les gusta pensar les gusta debatir, esto no quiere decir que sepamos cómo pensar, por esto, cualquier debate se ve rápido como una afronta contra nosotros. Si así consideras el terreno de la discusión, calla.

Aunque no lo parezca, cuando una persona alega, no lo hace con la idea de generar un enfrentamiento. Lo hace para satisfacer su curiosidad. Se convierte en un enfrentamiento cuando nos descalificamos, nos insultamos; porque las dudas son pesadas y reconocerlas es complicado. Para aclararlas, solamente queda una cosa por hacer, exponerlas. Por lo tanto, escoge el lugar, tiempo y con qué tipo de gente exponerlas.

La razón está en aquellos que logran abrir su mente.

Exponer nuestras ideas y dudas no es el mejor de los caminos cuando se trata de una reunión improvisada. En esos casos lo mejor es escuchar. Pero, si a pesar de esto, tenemos la fuerte necesidad de discutir, analicemos con cuidado si es importante, al final de todo, demostrar que tenemos la razón. Y crean esto, la razón es una prostituta que se acuesta con el que mejor paga.

Existe una manera para mantener una buena discusión y no morir en el intento por ganarla. Claro, siempre y cuando se inicie una con esa idea en mente. Los debates no son para ganar o perder, en uno bueno, todos ganan. Logramos esto al colocarnos en el lugar del otro, comprender, incluso mejor que ellos, sus propias ideas, ¿cómo se alcanza este nivel de conversación? Con preguntas, se interroga hasta entender el tema y el punto de vista de la otra persona. Este tipo de conversación logra —sobre todo cuando el interlocutor no conoce bien el argumento que está dispuesto a defender a capa y espada—, a aclarar los puntos a tratar, dar claridad y evitar falacias.

¿Cuánto conoces de la cuestión que estás exponiendo?

Nadie es experto en ningún tema, casi siempre nuestro supuesto entendido con relación a un concepto, está basado en suposiciones, percepciones superfluas y está llena de sesgos de confirmación. Reconozcamos cuál es nuestra área de experiencia, y, si deseamos fortalecer esta, mantengamos la mente abierta.

Considerar que no sabemos mucho de nada, es una manera de evitar enfrentamientos tontos, que nos evita alimentar el ego de las personas que desean discutir. Antes de enredarte en una obscena escena de intercambio de groserías, escucha los puntos de la otra persona. Cuando escuchamos de verdad y analizamos, descubrimos la mayor de las veces, que pocas son las discusiones valiosas.

Decide ser feliz.

¿Para qué enfrascarte en un ir y venir de ideas que no llagan a nada? Las discusiones, que lo único que desean es alimentar el ego y la vanidad de una persona, nunca llegan a nada. No inicies una con una persona de estas, lo único que va a suceder es que pasaras una frustrante velada, quizás hasta te amargue el día siguiente, en el peor de los casos, varios días. Los necios sostienen sus conceptos en datos, estadísticas y dichos de terceros que, pueden ser ciertos o falsos, pero a menos que sea un debate serio y preparado, en una discusión rutinaria, solamente son ruido para intimidar.

Reconoce cuando una discusión debe de suceder, no te entrelaces en cualquiera que diga lo contrario a lo que piensas. Si de verdad es interesante, escucha, pregunta y aprende, nadie te va a admirar por gritar y parecer un simio balbuceando conceptos sin sentido.

Los debates que son importantes ganar son los que invitan a un desarrollo y se plantean con la base en un tema. Para estos, hay que estar preparado.

En el primer caso, la posibilidad de que termines lleno de amargura y frustración es alta, para que iniciar una. En el segundo caso, entre mejor estes preparado y más dudas tengas, más provecho vas a obtener de las otras personas que participen en ella.

En cualquier caso, lo más valioso, es que decidas antes de arrancar una, ser feliz. Amargarte por culpa de necios, ignorantes e inteligetístas es triste y agotador.

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