Habermas, entre líneas, dice que lo político es lo social. Seguro es porque todas las decisiones que toman los políticos, tarde o temprano, afectan a la sociedad; algunas más pronto que otras. En ocasiones tardan tanto en afectar, que cuando sucede, pocos son los ciudadanos que recuerdan el origen y a los protagonistas.
La política es un asunto sucio con olor a putrefacto; antes de iniciar una discusión, acepta que hablaras de la gente más vulgar de un país. Por eso es que muchos le dan la vuelta a estas conversaciones; siempre existe algo más interesante de que hablar en lugar de sátrapas.
Los que se llaman a sí mismos apolíticos (que carecen de una ideología política definida o no tienen interés en los asuntos relacionados con esta) son de dos tipos de personas. Es alguien pusilánime, indeciso y de carácter débil que evita la conversación para no disgustar a nadie y crear un conflicto. O, es una persona que sus ideologías son asunto privado, y solamente trata estos con personas abiertas y de confianza; y la discusión política, como herramienta para llenar el vacío en una reunión, es de mal gusto.
El debate político, más allá de ser un debate de gente corriente y de espíritu simple, siempre llega a las ofensas. Muchas veces dirigidas a los protagonistas.
En mi opinión, cualquier adjetivo con el cual se llama a un político, es correcto —adulador u ofensivo—. Porque cada quien habla desde su perspectiva simplona.
Nos falta reconocer que cuando los insultamos con palabrotas estamos hablando de cualidades que reconocemos, generalmente porque nosotros vestimos las mismas ropas. Los políticos se forman en las mismas escuelas que nosotros; circulan las mismas calles; comen en los mismos restoranes; consumen la misma cultura.
Lo que llega a la política es algo que producimos nosotros. Si educamos a nuestros hijos con ideas de corrupción, serán corruptos y elegirán a corruptos. Si fomentamos el gandallismo, los líderes políticos que se sienten en las cámaras de diputados y senadores, serán gandallas. Si nos comportamos con injusticia e indiferencia, los jueces del mañana serán injustos e indiferentes.
Nada de esto es nuevo, por esto mismo no comprendo cuando, sorprendidos, llamamos a nuestros políticos con insultos y adjetivos por sus actuaciones y decisiones. Los políticos son reflejo y representación de nuestra cultura.
Quizás solamente el 60 % de los ciudadanos están interesados en votar y alardear en calles y medios masivos de comunicación sobre los asuntos vulgares del gobierno. Pero eso no quiere decir que esos gobernantes elegidos sean el reflejo cultural de solamente el 30 % de aquellos que los votaron, no.
Sus modos, su sapiencia e ignorancia, es la misma que la de todos. Porque todos, nosotros y ellos, crecimos con los mismos mitos; por así decirlo. ¿Por qué nos sorprendemos?
Nassim Taleb en uno de sus libros más o menos dice algo así: si miras un fraude y no dices nada, eres un fraude.
No seamos literales con la frase del economista-filosofo al reducir que señala sólo lo que es fraude. Adaptemos su frase a un concepto más general: todos los días vemos discriminación, intolerancia, misoginia, abusos a las personas que nos ofrecen servicios, arrogancia, soberbia… y no decimos nada. Si huele a podrido, está podrido. Al callarnos ante un acto de injusticia, no importa cuál sea nuestra razón, nos convierte en cómplices. Incluso, la manera en como respondemos a este acto será un reflejo de cómo deseamos que responda la autoridad. Autoritariamente, nuestros líderes serán autoritarios; creo que se entiende la idea.
Los políticos viven de las tendencias y popularidad. Hacen y promueven los vicios del pueblo, para así ofrecer soluciones al necesitar votos. Repiten como merolicos las quejas de sus constituyentes.
También podemos creer que los políticos y nosotros no somos iguales. Porque en un país que consume más cultura extranjera que nacional. Un país que celebra a la persona que memoriza en lugar de la que comprende. En uno en el que equivocarse es visto como debilidad y son víctimas de burlas. Es fácil tener ciudadanos que se autoengañan y autoadulan todo el tiempo. Creen en mitos y supersticiones. Antes le rezaban a la virgen para qué los ayudará a salir del hoyo, ahora le rezan al político.
En sí, la política es algo sucio, porque la sociedad es un asunto sucio. Cambiar las cosas no depende de los políticos. Toda la responsabilidad cae en la sociedad y su capacidad para reconocer sus fallas, sólo así es cuando exige y elige de manera correcta a sus líderes.
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