La Escuela de Cine.

El sistema cultural de la sociedad moderna, inculca que, cuando la pretensión del individuo es aplicar técnicas para el desarrollo de un trabajo, es necesario que cuente con un título profesional.

Las artes no han escapado de la ilusión por la certeza que otorga un título profesional. Sin intentar debatir si el cine es un arte o no, desde los años veinte del siglo pasado, la cinematografía alimenta, en todo el mundo, la creación de centros de formación.

Son distintos los fundamentos para crear institutos, academias y universidades de cine. Escoger entre ellos, depende del deseo y contexto, que desea adquirir cada aspirante. Por esto, de manera práctica y simplista, a todos los pongo en el conjunto de escuelas de cine. 

El cine es un arte multidisciplinario y sus técnicas están en constante evolución. Esto es una de las principales dificultades que tienen las escuelas de cine. En su inicio se enseñaba solamente las teorías cinematográficas y no las técnicas. Incluso en la actualidad, es la costumbre. De ahí que exista una gran deserción y decepción, en el primer año de formación del alumnado, que desea más hacer que, memorizar y reflexionar.

La formación de un cineasta.

Enseñar arte, es cosa complicada cuando uno desea ser artista. Las escuelas de enseñanza de las bellas artes, tiene un sistema curricular para alimentar las pretensiones y el sistema jerárquico de conocimientos. Sin embargo, aun al alcanzar el sexto grado —currículo profesional— no los hace pintores, escultores, etc. Reconocidos o populares. Así como un título profesional en cine no hace que alguien sea un buen director o cinefotógrafo. La enseñanza no tiene la capacidad de crear talentos.

La producción de una película, requiere del trabajo de varios cineastas, y no solamente de un director, productor y fotógrafo. También se necesita de escritores, actores, sonido, diseño de producción, vestuario, posproductor … Y técnicos.

Pero por lo general, las escuelas de cine, solo están enfocadas en la dirección de escena e iluminación. El resto de las disciplinas, aunque se enseña su aplicación práctica, no es necesariamente la base de su plan de estudios. La producción, por ejemplo, se aborda desde una perspectiva práctica de administración básica. Y funciona este sistema hasta que, aquel que decide por especializarse, aprende el arte de la profesión en la arena de combate. 

El arquetipo más claro está en el departamento de diseño de producción, i.e., quien materializa el arte conceptual del cuadro cinematográfico. Es raro encontrar a un diseñador de producción que haya estudiado en una escuela de cine, no necesariamente, pero por lo general, son artistas plásticos, que atendieron al llamado del quehacer cinematográfico.

Esto ha empujado a las escuelas de cine a expandir sus áreas de estudio. Ahora podemos encontrar carreras para guionistas y posproducción —con el tiempo, estoy seguro, se ampliará la currícula. Su enfoque es bueno, pero el objetivo final queda corto, pues, el cine es multidisciplinario, sí, no obstante, su encanto está en conocer el valor artístico del cuadro y su yuxtaposición. Las únicas maneras para aprender a apreciar esto: es con la teoría, en la práctica y exponiendo.

En la escuela de cine, director y fotógrafo recorren el camino. Pero un guionista, al final del día, si su guion no está filmado, pierde el filtro de aprendizaje en la práctica y la exposición. Solo puede recorrer esos tramos con la capacidad de su imaginación. 

El mito del autodidacta.

Por años, se han alimentado las leyendas del artista autodidacta. El cine, al ser un arte joven, no es la excepción, y existen un sinnúmero de historias de cineastas que han logrado triunfar sin haber pisado una escuela de cine.

Este concepto es vago, y atractivo para el eterno apático. Antes de que las escuelas de cine se popularizaran, el cineasta se formaba en la práctica. Muchos directores de cine, ahora vacas sagradas, comenzaron como guionistas, script, tlaqueteros, dibujantes, y otros puestos. Esto no significa que el talento se les daba a través del ejercicio. Su visión e imaginación se alimentó por medio de su curiosidad y mente crítica. La sensibilidad y perspectiva que plasmaron en la pantalla, es reflejo de su disciplina en el estudio y trabajo.

A finales de 1919, cuando los rusos crearon la primera escuela de cine, existían dos visiones del cine. En general, para los Norteamericanos era un negocio, y para los Europeos una expresión artística. La diferencia de perspectivas hizo crecer la popularidad del concepto, escuela de cine.

En un afán por mostrar que al cine se le debe de considerar como arte, la Nueva Ola Francesa, en los años sesenta y setentas del siglo pasado, se dedicaron a hacer análisis profundos de las películas. Sus críticas sobre el alcance filosófico de la narrativa cinematográfica puso en un pedestal a muchos directores hasta nombrarlos autuer. Fue entonces cuando los jóvenes aspirantes a cineastas, ya no veían al cine como un conducto para pagar una renta o contar una historia. Su pretensión se elevó a generar una obra comparable con la Mona Lisa o la 5a. Sinfonía de Beethoven. Pero no todos tenían acceso para aprender esta nueva forma de realización. 

Desde luego, aún existen cineastas que se forman lejos de una escuela de cine. Como lo he dicho antes, el oficio del cine se puede aprender; aun así, el talento no lo da la escuela ni la calle, este se muestra con la exposición de nuestro trabajo. 

El cineasta profesional.

La escuela de cine, sirve para encauzar el espíritu artístico de un aspirante. Proporcionar de herramientas a aquella persona que carece de la seguridad para dar ese primer paso de filmar. 

El sistema escolarizado, en cualquier rama, tiene como objeto formar profesionales. No importa la manera en la que se consiguió un título o diploma. En cada generación hay alumnos destacados, que fracasan en la vida laboral, y hay malos alumnos que triunfan en el mundo profesional. La escuela no da fórmulas para el éxito.

El proceso para hacer una película es una aventura divertida. Durante este, muchos se desencantan y lo sufren. Hablan del tormentoso recorrido de hacer cine. Para mí, estás personas, no son cineastas, mucho menos artistas. Sus motivaciones están en los resultados y por este motivo, sus obras son mediocres cuando mucho. El quehacer cinematográfico, igual que cualquier obra de arte, es un proceso. Y si no te gusta el proceso, entonces has tomado el camino equivocado.

Todos los artistas quieren ver expuesta su obra. Esperar algo más allá de eso, es vanidad. Un alimento para nuestro ego. Para quien en realidad ama hacer cine, al tener el último corte de su película, lista para presentarla a distribución, está planeando su próximo proyecto. 

En México, el proceso es lento, cansado y demanda mucho sacrificio. Sobre todo en aquellos que desean luchar por contar las historias que emanan de sus almas. Desde la concepción del guion, hasta verla en una sala de cine o un servicio de streaming, pueden pasar al menos tres años. Hay casos que llevan más tiempo a causa de la falta de financiamiento. Cientos de proyectos nunca se materializan porque el artista se dio por vencido.


El estatus social, los amigos o nuestra posición geográfica importan poco. Hay cineastas que aprovechan las oportunidades que les da la vida. Triunfan contra viento y marea. En el otro lado de la moneda, están aquellos, que a pesar de tener todo a su favor, nunca logran terminar una sola página de guion. 

Ya sea que se decida estudiar en una escuela de cine o se quiera aprender por su cuenta, todo depende de la suerte y nuestra capacidad para reconocer las oportunidades. Lo importante es ser conscientes que la vida de un artista es incertidumbre, proyecto a proyecto. La fama y la fortuna son secundarios. El artista debe reconocer que un título, no es certeza de éxito.

Lo que puedo afirmar es que, para alcanzar alguna certidumbre en la vida, el precio es el trabajo y el sacrificio. Por ello es valioso amar un trabajo que demande el sacrificio de las cosas, que menos importan para ser feliz.

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