Trabajar en Navidad

Desde el momento en que inicia el otoño y hasta la mitad del invierno, esquivo invitaciones a reuniones sociales. No es por antisocial, aunque esa sea la etiqueta que me colocan. Las reuniones de fin de año me agotan y tengo que trabajar. Las primeras declinaciones son sencillas; entre más se aproxima la Navidad, se complica.

A nadie satisface la explicación: «Tengo trabajo». No me refiero a que voy a trabajar en el mismo momento en que se lleva a cabo la reunión; sí lo he hecho en unas ocasiones; lo digo porque las reuniones agotan. Al día siguiente, pago las consecuencias como cualquier ser vivo. Al igual que la Pandilla Salvaje, soy susceptible a los cambios de rutina.

Esto por un lado; por otro, está la excesiva cantidad de compromisos. Cancelas uno y en el que asistes está presente a quien le cancelaste. Drama, reclamos y disculpas cubren al menos la primera media hora de la reunión. De ahí cuento, como niño entre adultos, los segundos que faltan para regresar a casa. Por esto mi pareja y yo decidimos no discriminar y cancelar todos por igual. A pesar de los años que llevamos haciendo esto, la gente insiste cada año en invitarnos a sus fiestas. Creo que estamos en las listas por default que envían invitaciones masivas.

Estoy en esas listas por la bella sonrisa y espíritu festivo y alegre de mi pareja. Yo soy más descuidado con la etiqueta social, por no decir huraño. Tengo un acuerdo tácito con las personas; si yo no me contacto con ellas, ellas tampoco lo hacen conmigo. Es un acuerdo cómodo. Mis comunicaciones se limitan a mis compañeros de generación de la fuerza aérea y mi mejor amigo un par de veces al año. Con mis padres y hermanos es más seguido. El contacto presencial es con mis vecinos. El resto de mis contactos del pasado están en un archivo.

Esto no es nuevo. Desde hace 35 años, cuando dejé el nido familiar, mis empleos no estaban alineados con el decoro urbano. Es difícil hacer comprender a las personas que trabajan con horarios fijos dentro de una oficina el oficio del escritor. Es celoso, que necesita de rutinas y hábitos. La gente da por hecho que, por ser mi propio jefe, paso el día sentado sin hacer nada. La confusión se comprende. Mi día es estar sentado con pluma en mano contemplando. El espectador externo no puede ver que, aunque estoy como imbécil mirando la nada, estoy trabajando bajo una tensión interna.

La mayoría de los no escritores crecen con la idea romántica del oficio. Del escritor aislado que, después de una taza de café, hace el amor. Satisfecho, se levanta del lecho, camina hasta la terraza y mira un bosque. Toma su pluma y las hojas sueltas que están en una mesa en el rincón y escribe una obra maestra. El resto del día lo pasa entre copas y álgidas discusiones con intelectuales. Como si esto fuera lo más natural del mundo.

Escribir no tiene nada de natural. Nuestra genética humana está hecha para despertar, ir a cazar, comer y dormir. Cualquiera puede comprobar esto al andar entre la gente. El jefe del escritor vive dentro y es exigente. Para mí, es el más severo y cabeza dura que he tenido. Incluyo a un par de generales y coroneles que en algunos momentos mostraron su humanidad.

Sí tengo mis horarios de trabajo. Es la forma en que entrené a mi instinto para estar preparado. Por la mañana atiendo al trabajo que sirve para mantener mi escritura de novelas. Por la noche, cuando los dramas del exterior descansan, despierto a los del interior. Así la cabeza, el peor de los enemigos del escritor, ofrece menos resistencia a la hora de hacer lo antinatural como lo es escribir. Al menos lo hace por un par de horas porque prefiere estar en un estado de simple estupidez en lugar de pensar y reflexionar.

En especial este final de año ha sido complicado mantener mis rutinas. La publicación de mi última novela, Tu tanta falta de querer, sucedió a finales de otoño. Empalmada esta fecha con el inicio de la transcripción de mi nueva novela —ambos trabajos personales—. Esto implica administrar mejor mi energía para las horas de la noche en que la cabeza no aguanta tanto. Conforme los días han pasado, el cuerpo ya inició protestas, pues, aunque el horario de escritura nocturno comienza a la misma hora de siempre, termina una hora y media después de lo que marca la rutina.

Las horas que abarcan la sesión de escritura temprana ya están colmadas. Otro cambio radical fue regresar la PC a Linux. La aventura de un sistema operativo comercial fue divertida y atractiva con sus diseños suaves y detallados. Pero al parecer el mundo tecnológico está enfocándose en lo virtual y la inteligencia artificial. Dos espacios que no traen nada nuevo ni maravilloso a mi oficio. Fueron 6 años de no tocar Linux. La adaptación es como limpiar telarañas de un ático en una casa vieja y abandonada.

De los cambios, el que más patadas da es el trabajo necesario para generar ingresos. Antes de la inteligencia artificial, se consideraba al escritor como a cualquier artista: un sirviente más. Con un trabajo infravalorado que el jefe del changarro presume de poder hacer mejor, pero debido a sus obligaciones empresariales se ve en la necesidad de contratar los servicios de un externo. Post-inteligencia artificial, esto es, el último año y medio, escribir es cosa de aprender un par de prompts y listo. Se ahorra uno el trabajo de alguien externo. Ahora el escritor es innecesario. Mientras la gente despierta del letargo, tengo que duplicar mi trabajo para ganar menos.

Es absurdo cuando lo pienso. En cada espacio donde en teoría la gente escribe por placer y para compartir, ahora dan consejos y, lo peor, escriben con inteligencia artificial. Todo trata de suscripciones pagadas; ya son lejanos esos tiempos donde la información en el Internet era accesible, democrática y gratuita. Hasta hay libros escritos por la inteligencia artificial que circulan entre los unos y ceros actuales.

Así son las modas. Pero nada de esto me sorprende desde que los servicios de atención al cliente o las ventanillas de bancos, cines y tiendas atienden de forma mecánica. La gente ya no quiere contacto con un empleado novato. Quiere atención inmediata y concisa. Todo es productividad. Pronto el manto de la estupidez nos terminará de cubrir.

Son cambios normales de la humanidad. Nada nuevo. Es el mismo loop de siempre con el que los humanos evolucionamos. Hay que adaptarnos y seguir adelante en el camino.

No es raro para mí trabajar en Navidad. Esto no significa que no vaya a disfrutar de una buena cena con vino. Un montón de bits y programas novedosos no van a amargarme. Lo que sí haré será mantener la sana rutina para que después de las fiestas no me sienta abrumado por la culpabilidad de no hacer lo que en realidad me gusta hacer.


MIS LIBROS

Tu tanta falta de querer

Murphy le enseñó a pensar. Entre la opresión militar que devora su barrio y la lealtad hacia el único hombre que le mostró cómo resistir, un joven debe elegir qué tipo de persona será cuando el mundo se derrumbe. Una novela intensa sobre la fuerza del conocimiento frente al poder de las armas.

Nunca es suficiente

En el México donde el poder y la violencia mandan, «Nunca es suficiente» retrata vidas marcadas por el dolor y la resistencia frente a la manipulación por parte del gobierno, ejército y traficantes. A través de personajes inolvidables, la novela expone el precio de la supervivencia en una sociedad donde la paz siempre parece inalcanzable.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

Back to Top
en_USEnglish