Escritor sincrónico

El escritor escribe todos los días sin que importe el clima o el horario. Cuando se embarca en la aventura de exponer su trabajo, escribir se vuelve un asunto serio. Lo hace todos los días. No se puede medir sus avances o establecer el final de su trabajo con una simple línea de tiempo. No funciona así. Su trabajo se mide a través de la persistencia y la perseverancia. Medir el avance diario no tiene ninguna importancia si no se termina el primer borrador de su proyecto.

Las nuevas oportunidades que tiene el escritor independiente para exponer lo obligan a ampliar sus horizontes. Ya no basta con sentarse a planchar la nalga, mientras se piensa, se contempla y se confrontan ideas. Ahora para exponer necesita ser una navaja suiza. El frío e intenso mundo comercial de las editoriales formales y el desolador marketing existen, porque publicar un libro y llegar a las masas no es un trabajo ni sencillo ni agradable la mayor parte del tiempo. No hay gato encerrado: es un negocio como cualquier otro que necesita cubrir gastos de oficina y pagar empleados.

Seguro que, en estos tiempos en los que toda labor es romántica para digerirse fácil, creer que el editor pasa su tiempo discutiendo temas de importancia con grandes hombres de letras es la rutina diaria. Pero no todos los escritores son personas agradables y no todo lo que llega a las editoriales vale la pena. Un editor mira los trabajos con distintos filtros y, la diferencia entre la quiebra y continuar el negocio, radica en su capacidad para valorar el producto.

Es una manera simplista de describir el trabajo de una editorial, a grandes rasgos y en resumen, así funciona. Para el autor esto es difícil de aceptar. Entonces cruza el Rubicón y va detrás de la autopublicación de su obra.

Antes de cruzar el río, un escritor debería de entender por qué del trabajo de las editoriales y los publicistas. Su existencia y formas no son por arrogancia y un desprecio por los nuevos autores. Es por la disminución de lectores que aún abren un libro por placer. Esto complica a las editoriales comerciales la posibilidad de tomar tantos riesgos como lo hacían en el pasado.

Lo mismo sucede con el cine fuera de Hollywood. Las productoras apuestan por series de televisión en cualquiera de los servicios de setraming. Llegar a las masas paga bien cuando se entrega un producto de inmediato. Tampoco hay el riesgo que lleva una película. La cual se produce, edita y distribuye en mucho tiempo. Es la inmediatez y, la ventaja de exponer rápido, lo que es atractivo para los productores que ven ganancias en el corto plazo.

Escribir de manera independiente es similar. Tampoco hay un pago quincenal ni mensual. Un autor, además de tiempo, invierte dinero mientras trabaja. Al final, cuando la obra sale al mercado, en muchas ocasiones la recompensa y el reconocimiento son pobres. Digamos que el tiempo invertido y las ganancias no son proporcionales.

Esto lo descubre el escritor mientras avanza por las aguas del Rubicón. Cuando ni siquiera llega a medio camino tiene que transformarse en editor y así trabajar en un bosquejo de su trabajo que sea presentable. No es una transformación que se da sólo con un cambio de vestuario y de lugar. Tiene que ser una convincente y de conciencia. Éste editor tendrá que ser despiadado si desea que la obra destaque. Los resultados dependen de la objetividad con la que corrija los textos. La etapa no es un paseo por las nubes, ya que tiene que decidir eliminar partes del texto que al autor (él mismo en una etapa anterior) sufrió para construir con las palabras exactas, pero que en nada enriquecen la obra; es posible incluso que distraigan o sobren.

La objetividad no es tan asequible como parece. Se trata de estar en constante discusión con uno mismo. Y, debemos recordar que el escritor, acompañó la parte de la aventura que le correspondía, construyendo un ego mezquino para cumplir con su trabajo. En ningún momento tiene que argumentar o discutir los motivos por los cuales escribe cierta oración o palabra. Si estamos en un trabajo serio —mejorar nuestra obra—, decidir cada uno de estos pasos es una pesadilla agotadora.

Al superar este ejercicio vienen los diseños. El primero que llega a la cabeza es la portada. Alguien afortunado tiene en su agenda a un pintor o a un diseñador de confianza que acepte ceder alguna de sus obras. Si deseamos pedirlo como un regalo, tendríamos que repondremos la pregunta: ¿estaríamos dispuestos a regalar nuestro trabajo si el pintor o diseñador nos lo pide? La respuesta es la que marca nuestros parámetros de negociación. Pero a lo mejor, el autor dibuja y tiene una capacidad para elaborar su portada. O, también puede comprar los derechos de una imagen en el Internet.

La metamorfosis continúa, ahora necesita ser un corrector de estilo y maquetador. Cuando ignoramos estas profesiones, a lo lejos, parecen ser cosas sencillas. Sin embargo, cada decisión que pasamos por alto de estas cambia por completo nuestra presentación. ¿Llevará una portada? ¿Qué tipo? ¿Cuál es la tipografía? ¿En qué página inicia cada capítulo: derecha o izquierda? ¿La tipografía de cada título de capítulos será distinta? ¿Necesito tener títulos para cada capítulo o basta sólo con números? Cada decisión lleva a una nueva pregunta. Es cuando uno lamenta no haber puesto atención en la clase en que se nos enseñaron las partes del libro.

Superados estos obstáculos, viene la fase de conseguir una imprenta. Entonces surgen nuevos problemas que nos hacen retroceder el camino de las transformaciones cuando se nos solicitan los trámites del ISBN. También viene la idea de la contraportada, el lomo y, por supuesto, las sinopsis. Luego está el tamaño de la impresión, el tipo de papel, las cubiertas y tapas, etc. Más decisiones, las que en nada tuvieron que ver cuando escribíamos sentados.

Claro que hay muchas formas de evitar todos estos dolores de cabeza y a la vez seguir con la idea de no buscar editoriales que le quiten lo sensual y salvaje al trabajo o buscar becas. En una tarde de clics se encuentran con facilidad compañías y páginas de internet que, por un costo monetario, nos liberan de todos los esfuerzos y decisiones. Los cuales no debemos de ver con ojos inocentes, son un negocio.

Entendamos y decidamos desde el principio qué clase de autores deseamos ser. Un autor que escribe por la necesidad de escribir sin seguir tendencias o un autor que desea exigir a las letras que lo mantengan. Hay una gran diferencia entre ambos. El primero tiene una alta probabilidad, menos del 2 %, de ser leído fuera del círculo de familiares. El segundo necesita seguir tendencias, editar sin misericordia y tener habilidades para la publicidad; y así, sólo estará en la posibilidad de ser en algún momento uno más del minúsculo grupo de artistas que viven de su trabajo.

Todos estos nuevos personajes que viven ahora en el escritor independiente que desea autopublicar existen para mantener la pureza de las obras. No lo mismo sucede con el autor —por desgracia en el proceso perderá esa bella inocencia— que trabaja para vivir y sobresalir del resto.

Esto se debe a que no importa cuál sea la máscara que se decida utilizar, un escritor de la actualidad necesita de un perfil digital. No digo que no existan los autores puros en la actualidad. Lo que digo es que los espacios para encontrarlos desaparecen todos los días. Hasta el internet, con sus algoritmos, los está obligando a subir laderas empinadas y llenas de resistencia.

Como están resultando las cosas en el mundo actual, es probable que de las tres o cuatro generaciones próximas su arte se vuelva conformista y repetitivo, siguiendo tendencias para poder existir. Los perfiles de esos artistas tendrán que ser llamativos y aprobados por una gran comunidad. Es probable que un gran porcentaje de su trabajo y en algunos casos la totalidad de éste se haga con inteligencia artificial para satisfacer las tendencias y a la inmediatez.

¿Cuándo cambiará esta situación? Todo depende de dos factores principales. El primero es que sigan los soñadores haciendo su arte, sensual y salvaje, que incomode y tenga el valor para exponerlo a los señalamientos de académicos y críticos. Eventualmente, un público, harto de la perfección y del arte mecánico, buscará en estos su humanidad. Lo segundo es que la humanidad deje de creer en las certezas del presente y deje de invertir para tener certezas en el futuro.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

Back to Top
en_USEnglish