En busca de lo original

En busca de lo original

Llegaron las fiestas decembrinas. Unos años atrás, el calor de las celebraciones lo sentía desde los primeros días de diciembre. Quizás era que por mi cabeza pasaba el olor a las vacaciones. La ciudad entraba en un letargo, posponiendo la mayoría de sus preocupaciones. El final del año estaba cerca y eso significaba la oportunidad de iniciar de nuevo todo.

En el pueblo, a las orillas de la ciudad, donde vivo, apartado de la vorágine comercial, pero no tan alejado como para olvidar que vivo en las márgenes, las celebraciones se viven de otra manera. Hay una fiesta que parece eterna. Aun sin las calles llenas de transeúntes, los fuegos artificiales de la mañana no se detienen y la música por las tardes dura hasta pasada la medianoche.

Decidí vivir aquí para evadir los ruidos de la ciudad y la turbia socialización moderna. Estaba cansado de que cualquier estorbo fuera una chispa que encendiera las almas más calmadas. Ya no hay tiempo de explicar ni de discutir. Todo acelera de 0 a 100 más veloz de lo que lo hace un auto de Fórmula 1. En cambio, mis vecinos actuales, distantes del egocéntrico capitalismo, por ser de un nivel socioeconómico distinto, descargan sus frustraciones con cohetes sobre ruido de cohetes y sobre ruido de más cohetes que luchan por sobresalir de las batucadas. El festejo a la virgen duró dos días más de lo normal: música y mañanitas y cohetes y fuegos artificiales.

Demasiada tanta fiesta acaba por agotar. Al vivir a unas cuadras del centro del pueblo, parece que la fiesta sucede en mi patio. La Pandilla Salvaje no tiene la imaginación de los humanos para generar frustración; sin embargo, los cohetes las mantienen estresadas. Una de ellas, en cada sesión de explosiones, agarra cualquier trapo que tiene a la altura de su hocico y lo mastica. En un descuido se lo traga. Otra escala muros para perseguir a un pobre gato gris que corre asustado en busca de refugio.

En esos momentos suspendo mi trabajo, porque sé que en un abrir y cerrar de ojos, mi patio se puede convertir en un campo de batalla. Esto drena mi energía decembrina. Energía que estoy empleando en la transcripción de mi última novela.

En cada inicio de jornada, para sumar al escándalo, me llega la misma duda que no para, al igual que los festejos. ¿Qué tan original es este escrito? Es una pregunta tonta que, por más que evito hacerla, aparece en cualquier interrupción. Por los libros, sé que es prácticamente imposible tener una idea original. En la época actual, también lo sé por las redes sociales y la inteligencia artificial. Supongo que esto se debe a que todos vivimos bajo el mismo bombardeo de información. Cuando digo «todos», me refiero a ese mínimo e íntimo pedazo de universo que conforma la cantidad de personas con las que conversó y leo.

Lo que distingue una idea de otra es la perspectiva de cada uno. Se diría que cada quien ve lo que se le da la gana e interpreta según el tejido de las telarañas dentro de su cabeza. Por eso nunca me preocupa la pregunta. No obstante, siempre aparece. La inseguridad es parte del trabajo. Con tanta cabeza con patas que ronda por ahí, es difícil creer que pienso lo que nadie piensa.

Cuando estoy en busca de ideas originales, la cabeza se satura y aparecen los clichés que viven en la superficie de mi imaginación, siempre dispuestos a ayudarme a desahogar mis frustraciones. No es sencillo exprimir a la cabeza hasta dejarla vacía para que encuentre en el ático de mi consciencia un estilo propio. Para mi escritura no es tan importante lo racional ni lo lógico. Tampoco lo son las reglas.

Una vez intenté escribir sin filtro alguno. Intenté expresar un evento cualquiera, pero sin la conciencia de estarlo escribiendo. La experiencia se ha vuelto recurrente. La aplico como un ejercicio de improvisación; para facilitar mi trayecto a la nada, lugar en el que me gusta escribir. No hay una línea de tiempo para recorrer este camino. Unos días llego rápido; en otros me toma toda la jornada.

Las indecisiones son la resistencia que más batalla presenta. No importa la estrategia que emplee, siempre hay un contraataque. En cuanto la supero, escribo con flujo. Es el último bastión; después escribo por horas. Con un rezo en la boca para que no llegue una nueva interrupción. Esto significaría una batalla nueva.

Los resultados del ejercicio son curiosos. A veces surge algo con sentido. En otras ocasiones son ideas inconexas. Lo valioso está en que me ayuda a entrar en un estado que rompe con las reglas del espacio y tiempo.

Las reglas ortográficas son las más molestas cuando escribo conscientemente. Algún valiente las debería erradicar del planeta. Para mí, son un límite impositivo para el estilo. Por eso admiro a los Shakespeare y Joyce que inventan sus propias palabras cuando las que existen no expresan lo que necesitan expresar. Es una ventaja del idioma alemán. Cuando no hay palabra para explicar algo y necesitas ser conciso, inventas una y el lector la entenderá como si la palabra siempre hubiera estado en su léxico.

Mientras no aparezca el valiente, estoy sentenciado a editar con las reglas. La Fiesta también seguirá su curso por todo el mes. Con la experiencia del año pasado, continuará hasta mediados de enero. La Pandilla Salvaje, sobre todo los jóvenes, encontrará nuevas maneras para violar los límites del patio. Contra todo esto, lo único que tengo que hacer es fortalecer mis niveles de paciencia para poder reconocer lo que puedo corregir y lo que está fuera de mi alcance.


MIS LIBROS

Tu tanta falta de querer

Murphy le enseñó a pensar. Entre la opresión militar que devora su barrio y la lealtad hacia el único hombre que le mostró cómo resistir, un joven debe elegir qué tipo de persona será cuando el mundo se derrumbe. Una novela intensa sobre la fuerza del conocimiento frente al poder de las armas.

Nunca es suficiente

En el México donde el poder y la violencia mandan, «Nunca es suficiente» retrata vidas marcadas por el dolor y la resistencia frente a la manipulación por parte del gobierno, ejército y traficantes. A través de personajes inolvidables, la novela expone el precio de la supervivencia en una sociedad donde la paz siempre parece inalcanzable.

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