El espacio del escritor

Escribir es un ejercicio de reflexión y de registro que con el paso de los años el megalómano decidió devaluar. La vanidad del escritor, que grita a las rocas su soledad frente a un teclado sumido en sillas duras y sillones acojinados, impregnados de olor a café corriente y caro, es moda. El oficio no es romántico. Se dice que lo es con la intención de explotar la debilidad del Homo sapiens por los mitos. Al no encontrar esa fama y reconocimiento vital del narciso, habla de las anécdotas de los héroes que optaron por pasar sus días con pluma y papel en mano o dando golpes a un teclado para lograr un párrafo decente. Tienen razón en señalar que escribir es un acto de soledad. Lo cual no significa que, al escribir, se esté solo.

Se trabaja rodeado de los seres imaginarios inseparables. Incluso, más allá de los fantasmas que se sientan a un lado para sabotear los sueños del plumífero. Sí, el escritor cuando trabaja queda en un cuarto encerrado con todo tipo de extraños y fantasmas. Pero ese cuarto es una ficción. No siempre es el lugar en el que uno se refugia del estúpido, insistente, hambriento, de sabotear la vida del artista. O, mejor dicho, bajarlo a su nivel de vida simple con déficit de atención. El silencio externo es deseable para el escritor. Sobre todo del ruido dirigido para reventar en sus oídos. Como si se tratara de radares de un ejército enemigo.

Ese espacio desierto de estúpidos y ruido es tan difícil de obtener como lo es el reconocimiento por sentarse frente a la nada, día con día, para llenar el espacio en blanco con una idea imparcial. La nada que drena la energía para que, al final de cientos o miles de palabras, sólo unas cuantas sean elegidas.

Escribir es un ejercicio, pero hay quienes lo hacen su oficio. El sueño, cuando se inicia, es alcanzar el mito de la pluma que traza en un bosque sin mosquitos, sin humedad, sin la cagada de pájaro sobre el papel o la cabeza. Se pelea por ese espacio mágico con un ventanal que mira a la calle llena de personajes de Dickens. Es el mito con el que se recluta al idiota. La esperanza de ese lugar donde se narran los susurros del alma sin estorbos. Sin la corrección de moda impuesta por los que saben escribir; los que saben vender.

Es vigente la opción de huir. Escapar a un terreno lejos de todo. Es la fantasía de los desgraciados que nacieron sin la suerte del dinero y esclavos del capricho de la comodidad divina de la ciudad. Están los afortunados que nacen lejos de las garras del ogro, del concreto y el smog. Viven en el anonimato sin ser víctimas del centralismo de una sociedad que teme a la incertidumbre. La obra de este salvaje, se conoce poco. A pesar de la transmisión exponencial de la información, es tan inocente que sus textos tienen como destino sus ojos y mente y nada más. La finalidad de su oficio no tiene como objeto ponerlo en las filas de empleados y desempleados que reciben monedas en intercambios por sus sueños. Sus ideas son huérfanas del juicio moral. Lejos de las demencias de la popularidad. Es libre y desconocido. Es libre de las normas porque no las necesita. Este personaje es un mito; una utopía. Es probable que sea el sueño que detona la metamorfosis de la mercancía en escritura. ¿O es a la viceversa?

En la soledad, no le queda más remedio al escritor: conocerse a sí mismo. En la soledad de la mente; en el exterior, persiste el ruido y el desorden. Después de largas jornadas de trabajo, sale del hueco a la realidad, descubre que no es el espacio lo que hace al escritor; no es la herramienta lo que facilita al oficio; no es la falta de reconocimiento lo que lo motiva. Es el momento en que decide tener una conversación consigo mismo. A su alrededor vive la demanda por entretenimiento espectacular para librarse de las paradojas del espíritu. En cambio, prefiere internarse en ese mundo atrapado entre las orejas para observar la realidad que siente y lo afecta. Es una lucha constante contra la curiosidad cuando se educa a base de mitos y verdades absolutas. El Progreso ofrece mecanismos para evitarnos la molestia de meter las narices en la realidad y lastimarnos. Pero el alma lo sabe e inyecta ansiedad al espíritu para que despierte de su letargo. El desgaste es una línea negativa que corre en sentido contrario al enfoque y atención para guiarnos a las fantasías y mitos de un hábil vendedor de papel higiénico.

El deseo de regresar a las batallas internas con pluma o teclado como armas contra el espíritu ardiente que disfraza la intención de domesticarnos con normas y absolutos. Reglas y religión. Política y buenos modales. Con el entretenimiento de la evasión. Es lo que motiva al poeta. Lo ahoga la tristeza de vivir en un mundo que cayó en el engaño de la bestia y convirtió el oficio en entretenimiento y al entretenimiento en prestigio; en sabiduría. Todo conspira cuando se obsesiona con un espacio para escribir, y la falta de este, es excusa para la inactividad. Su mundo lo vuelve esclavo del hábito hasta convertirse en costumbre, y el público, lo celebra en lugar de reclamar y exigir el regreso a lo salvaje.

El escritor solitario no va detrás del orden y las reglas, va en busca del caos. Es un valiente que entra entre las filas de este para encontrar a las ideas y contemplarlas. Sólo el estúpido las desea domar, y lo logra, en parte. Eso es lo que ofrece: una visión de sus sueños, en orden, maquillada y obediente, lista para ser vista, más no apreciada ni valorada. La experiencia es el que enseña que el ruido existe en todo el espacio, la nada no existe, es un engaño más de la blancura de la hoja. Otro maquillaje que se limpia paso a paso. Para eso no se necesita buscar un espacio, sino crear un momento.

El momento llega cuando, en lugar de afirmar, se pregunta. Se contempla con paciencia y se trabaja con persistencia.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

Back to Top
en_USEnglish